viernes, julio 20, 2007

Qué vergüenza

Hace ahora entre treinta y cuarenta años, era todo un mérito poder decir, en la tertulia del bar, que se había logrado leer el último número de El Papus, Hermano Lobo y, sobre todo, La Codorniz, antes de su secuestro. El secuestro de una publicación, esto es su retirada de los quioscos para que no pueda ser leída por el público, es el no va más de la censura, el cadillac del déficit democrático. En democracia, sólo la injuria y la calumnia directas justifican el secuestro de una publicación. Y una acción de este tipo nunca es una buena noticia.

Hoy se ha secuestrado de los quioscos españoles una publicación, El Jueves, por publicar una imagen (una caricatura) sexualmente explícita de dos miembros de la familia real española. Todo ello es cierto: es una caricatura, y es sexualmente explícita. Pero lo importante no es eso. Lo importante es si es injuriosa. Y, la verdad, en un país que, para bien o para mal, permite que canales de televisión generalista difundan películas de sexo explícito; en un país donde concursantes televisivos son encerrados durante meses en una casa para, entre otras cosas, hacer de sus retozos bajo el edredón un espectáculo masivo retransmitido en directo; en un país donde los caricaturistas pintan a personas públicas y los convierten en cualquier cosa; en un país donde ocurre todo eso, considerar una grave injuria el dibujo de dos personas acoplándose, resulta difícil de sostener.

Conste una cosa: a mí, personalmente, esa portada me parece de muy mal gusto. Pero ése no es el tema. Tampoco me parecen de buen gusto tratamientos paródicos que veo por ahí. Ahora mismo estoy pensando en la caricatura que traza Family Guy (Padre de Familia) de Stephen Hawking en el episodio en el que el chucho Brian Griffin trata de acabar su carrera universitaria. Muy, muy mal gusto. Pero responder al mal gusto con la prohibición, lejos de castigarlo, sería, es, santificarlo.

Escribo estas líneas en este blog mío porque va de la Historia de España, y la Historia de España está preñada de secuestros de publicaciones y atropellos a la libre expresión de las ideas; pero es, o era, Historia. La primera cosa que hizo la monarquía cobardemente huida a Francia y regresada tras la guerra de la Independencia, esa monarquía que engañó a los liberales que la apoyaban afirmando su fidelidad con una senda constitucional en la que no creía, la primera cosa que hizo, digo, fue aprobar una ley de imprenta que mandaba a las catacumbas a todo aquel que no aplaudiese con las orejas al deseado Borbón. La Historia del siglo XIX español es un Guadiana de periodos de libertad de prensa entreverado con largos interludios absolutistas o absolutistoides en los que las imprentas, de nuevo, debían callar.

Cuando todo ese montaje forzado y absurdo se vino abajo llegó una República democrática que, sin embargo, tiene en su debe enormes déficit de libertad, precisamente por los periódicos que, a decenas, cerró y secuestró durante diversos periodos. Y qué decir de Franco, la Espada de Trento capaz de cerrarle la revista a todo el que se movía, de volar el edificio entero de un periódico y de manipular las películas de puro divertimento a mayor gloria de las esencias de la muy católica España. Pero todo eso pasó, hasta el día en que apareció en una portada una imagen sexualmente explícita. Gran pecado, por lo visto.

Yo no sé si es o no es cierto eso que al parecer dice ahora la familia real española de que nada de esto va con ellos, que ellos no han pedido el secuestro. Lo que sí sé es que, si fuesen listos, estarían ahora mismo llamando al juez Del Olmo para implorarle que dé marcha atrás. Muy republicano debe de ser el señor magistrado, porque, desde luego, si pretendía hacerle un favor a la institución monárquica, si pretendía protegerla, hoy había sido un día estupendo para que, en lugar de ir a trabajar, se hubiese comprado a una PSP y hubiese ocupado el tiempo intentando pasar de los 50.000 puntos en el Lumines. Porque más que un favor, lo que les ha hecho es una putada. Y ellos, por lo que se ve, se dejan hacer.

La cuenta es sencilla: compárese el número de personas que, en las próximas 72 horas, verán y juzgarán esta portada, y las que la hubieran visto y juzgado de no haber existido el secuestro.

Cráneos previlegiados.