miércoles, abril 14, 2010

La revolución iraní (4)

Qom, ciudad santa de los chiitas. Son los días en los que el clero también lame sus heridas. Al fin y al cabo, no puede decir que la derrota de Mossadeq no les concierna, puesto que el líder religioso, Kashani, fue su mano derecha espiritual, hasta el límite de aceptar la presidencia del Majlis. Los ayatolás, por lo tanto, también han perdido la batalla, y lo saben.

Es por esos años que un hojat al-Islam especializado en fiqh (jurisprudencia) empieza a llamar la atención por el creciente número de seguidores que alimentan su hawza. Se llama Ruhallah Jomeini. Es una persona austera e inteligente. Lo suficiente como para tener una explicación para lo que ha pasado, que es precisamente lo que todo el mundo demanda. Jomeini le dice a sus oyentes: el error de Mossadeq y de Kashani fue centrarse el petróleo. El petróleo no importa. Lo que hay que ambicionar no es el poder sobre el petróleo, sino el imperio del Islam. Todo lo demás es tributario de este gran objetivo.

Éste es un elemento fundamental del jomeinismo y, al tiempo, su gran limitación. Jomeini no compagina religión y política, sino que supedita absolutamente ésta a aquélla. Es, evidentemente, una limitación que no se verá clara hasta que tenga el poder en las manos pero, de alguna manera, existe desde el principio.

El éxito creciente de Jomeini, en cualquier caso, acabó por levantar las suspicacias y el temor del Sha. Por eso el monarca Palhevi, en alocución radiada, retó a Jomeini, aunque sin citarlo, preguntando públicamente al clero iraní qué pensaba de uno de sus miembros que aceptaba dinero de extranjeros. La puya tenía relación con una cantidad enviada por el presidente egipcio; Nasser, a la hawza de Jomeini.

Esta provocación del Sha tiene gran importancia porque, aparte de provocar al día siguiente las aclaraciones por parte de Jomeini (el dinero era para viudas y huérfanos), también fue el momento elegido por éste para realizar un movimiento increíble y de gran importancia para su revolución.

En la primera toma de esta serie os he contado que en los primeros años del islamismo, cuando los partidarios de Alí fueron declarados clandestinos, las gentes eran obligadas a apostatar de él en público para demostrar su fidelidad. De aquellos tiempos data la práctica chiita de la tuqi'a o disimulo; práctica según la cual, en determinadas circunstancias, un chiita podía hacer como que no era chiita, para mover a sus enemigos al error.

Jomeini, espoleado por la oposición del palacio y claramente embarcado en una estrategia de imposición del Islam en Irán, declaró el fin de la tuqi'a. Afirmó que había llegado el momento de que los chiitas proclamasen aquello por lo que creían. Y este movimiento tiene gran importancia, porque multiplicaría, en los meses y años siguientes, el poder del chiismo en todo el mundo musulmán y árabe. Convirtió a Jomeini en el primer líder religioso que se enfrentaba frontalmente al Sha (no olvidemos que Kashani se enfrentó con la situación del mercado del petróleo, no tanto con el Sha), lo cual, con el tiempo, le garantizó el status de máximo dirigente revolucionario.

El Sha reaccionó (1962) con la llamada revolución blanca, que pretendía vender modernidad a Irán: reforma agraria y un ambicioso programa de igualdad de sexos que incluía la elegibilidad de las mujeres. Provocó la oposición de Jomeini y le obligó a buscar el apoyo de los mullás más jóvenes, puesto que no contaba, entonces, con un apoyo consensuado entre los ayatolás.

La petición de Jomeini al Sha tenía tres puntos: eliminación de la esclavitud respecto de los Estados Unidos; respeto al Islam; y empleo de las riquezas del país en luchar contra la pobreza y la exclusión. El Sha ni se molestó en contestar.

En marzo de 1963, la tensión era evidente en las vísperas del sermón de Jomeini, previsto para el aniversario de la muerte de Jaafar es-Sadiq, sexto de los doce imanes del chiismo. No obstante, elementos de la Savak infiltrados en su hawza le reventaron la cosa. Al día siguiente, esos mismos políticias penetraron en la escuela islámica para detener a varios de sus miembros, y hubo unos disturbios que provocaron 22 muertos.

El cerco sobre Jomeini prosiguió mediante la oferta del gobierno de Teherán, realizada en la persona del ayatollah al-uzma Shariatmandari, en el sentido de que todo aquel signo de Dios que se sintiese inseguro en Qom a causa de los disturbios podría ser trasladado a Iraq; una oferta envenenada que buscaba separar a los líderes religiosos y aislar a Jomeini.

El 5 de junio, con ocasión de la fiesta del majlis el-arbain, que honraba a los muertos en el ataque sufrido por el seminario de Faydiyauh, Jomeini, fiel a su propio anuncio de que el disimulo se había ido a tomar por la parte del cuerpo que precisamente rima con disimulo, lanzó una filípica contra el Sha en la que no se calló nada. Le apeló de hombre enfermo y miserable, entre otras cosas. Quizá buscaba lo que pasó o quizá es que, simplemente, dentro de su esquema mental esos ataques tan directos y desinhibidos eran necesarios. El caso es que el siguiente, lógico, paso del gobierno, fue detener a Jomeini, que entonces era ayatollah, así pues aún podía ser detenido. Inmediatamente, tanto en Qom como en Teherán, donde se le trasladó, se multiplicaron las manifestaciones de defensa del líder religioso. A las 72 horas de detención, un seminarista de Qom se fue a la entrada del Majlis y se apioló al primer ministro, Hassan Alí Mansur.

Jomeini fue trasladado y abandonado en la frontera irano-turca. Como era de esperar, Jomeini regresó y se dirigió a Najaf. Mientras tanto, el Sha se llevaba por delante en Qom a todo lo que se movía.

A Palhevi le tocaría la lotería en 1967, con la fulgurante victoria israelí sobre sus enemigos árabes. Aquello acabó definitivamente con el liderazgo panárabe de Nasser. Para colmo, por esas fechas Reino Unido liquidó sus protectorados en el golfo, que se federaron a cambio de la independencia, lo cual retiró de las aguas de la zona a la flota británica. Dos de los poderes que podían haber hecho sombra al liderazgo regional del Sha, pues, desaparecieron casi al mismo tiempo. El 26 de octubre de 1967, el Sha se coronaba a sí mismo, en una ceremonia que había aplazado hasta el momento en que su nueva esposa, Farah Diba, le dio un heredero. Fue una celebración fastuosa que hizo las delicias de las revistas de papel cuché, y que sólo fue superada, en 1972, con la celebración de los 2.500 años de la monarquía aqueménida en Persépolis. Como pequeño detalle de lo que fue aquella boda, baste decir que, para que todos los servicios a los invitados estuviesen a pleno rendimiento, se levantaron varias centrales eléctricas en pleno desierto.

Como si al Sha le hubiese caído una bendición, en 1973 llegó la guerra del Yon Kippur, el mosqueo árabe y la movida de la OPEP poniendo el precio del petróleo por las nubes. Aquello, por supuesto, multiplicó la riqueza de Irán.

Todos estos factores hicieron que el Sha pensara en sí mismo para ser el centro de la denominada doctrina Nixon, desarrollada por la Casa Blanca tras el fiasco de Vietnam, según la cual los intereses americanos en el mundo deben garantizarse mediante la instrumentación, en cada zona, de estados potentes con función policial, amigos de Estados Unidos pero no Estados Unidos mismo. De hecho, esta doctrina se concretó en la zona con la formación de una coalición anticomunista llamada Safari Club, de escasa eficiencia. La doctrina Nixon tuvo una larga vida geopolítica hasta que fue sustituida por la doctrina Bush con la primera y segunda guerra del Golfo, con las que ha regresado la intervención directa americana, así como la doctrina Obama (aunque yo prefiero llamarle, al menos de momento, el tran-tran Obama) en Afganistán.

El 1 de junio de 1972, Iraq nacionalizó el petróleo y, además, en 1974, tras la guerra del Yon Kippur, comenzó a poner obstáculos a los acuerdos de no agresión entre Israel, Egipto y Siria. Esto molestó un poco a Kissinger. Por eso, los americanos decidieron reactivar una de las peticiones que les había hecho Mohammed Palhevi para que le ayudaran atizando el conflicto kurdo en Iraq para debilitarlo. Nunca se pretendió, para desgracia de los kurdos, ayudarles a ganar. Entre otras cosas, Irán también tenía una minoría kurda, y el Sha sabía que si los kurdos iraquíes ganaban, también querrían lo suyo. Pero el grifo de las armas manó para ellos.

En 1975, sin embargo, la falta de paciencia del Sha, uno de sus muchos defectos, le hizo cambiar de criterio. Se cansó de esperar que los kurdos obtuviesen victorias sonoras contra Bagdad, así que retuvo un gran alijo de armamento llegado a Teherán para la guerrilla y se puso en contacto con Sadam Husein. En marzo de aquel año, en la conferencia de la OPEP de Argel, y ante la atenta mirada del presidente local Houari Bumedián, ambos dirigentes se reunieron y acordaron que Irán cortase el grifo de los kurdos. En Washington juraron en arameo.

En algún momento entre 1965 y 1975, un observador superficial habría encontrado serias dificultades para desmentir al Sha si le dijera, como probablemente le diría, que su shanato estaba totalmente consolidado y que no había, nunca mejor dicho, moros en la costa.

Pero se equivocaba. Porque no había acabado con Jomeini.

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