jueves, mayo 09, 2013

Soixante huit (18: Mitterrand, pas de manoeuvres)

De esta serie se ha publicado ya un primer, segundo, tercer, cuarto, quinto, sextoséptimo, octavo, noveno , décimo, décimo primerdécimo segundo, décimo tercer, décimo cuarto, décimo quinto, décimo sexto y décimo séptimo capítulo.

Resumen de lo publicado: Tras el fracaso de la negociación para alcanzar la paz en la Tierra Media, los hobbits, más fuertes que nunca, organizan una macromanifestación en Hobbiton que es todo un éxisto a pesar de la distancia marcada con la misma por sus teóricos aliados los Rojirrim y algunos enanos. Esa manifa termina con la convicción por parte de los hobbits de que la Era de Sauron ha terminado y que un nuevo horizonte temporal se abre para todos los seres del mundo. Para colmo, al final de la tarde, el ojo de Sauron va y se apaga; ya nadie sabe dónde puede estar el Señor Oscuro. Es el momento más querido para los amantes de Mayo del 68; el momento en el que, verdaderamente, parece que han ganado. Sin embargo...
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Durante toda la tarde, una vez que se va conociendo la noticia de que el propio Presidente de Francia parece haberse ido a la francesa (y entre insistentes rumores en la calle de que, como si fuese un rey medieval, está no se sabe dónde, allegando tropas para tomar París), el secretario general de la Presidencia, Bernard Tricot, y el propio primer ministro Georges Pompidou, reciben a todo aquél que está en el gaullismo para algo más que hacer café y servir de caja de resonancia para las notas de prensa. El mensaje que les lanzan es, hasta cierto punto, inesperado para sus interlocutores: nada se ha perdido; es ahora cuando hace falta comenzar la lucha.

Al caer la noche, el grupo gaullista anuncia, para el día siguiente, una manifestación silenciosa en La Concordia. Éste es el último, y gran, elemento notablemente novedoso de Mayo del 68: darle voz a los que, más que no tenerla, no la exhiben.

La burguesía a la que se señala como enemigo la teoría marxista es un magma bastante difícil de localizar. Al contrario que el propio marxismo, la burguesía no tiene portavoces claros; nunca, que yo sepa, ha habido en ningún país un intitulado Partido Burgués. Pero la burguesía, en eso tiene razón el marxismo, existe. Lo que ocurre es que su forma de movilizarse suele ser la desmovilización. No actúa por acción, sino por omisión, como bien saben los impulsores de los procesos revolucionarios durante la II República española, que contaban con que sus movidas iban a contar con un nivel de anuencia por parte de las masas pequeñoburguesas, pero se encontraron con que éstas, por ejemplo y sobre todo en octubre del 34, se quedaron en casa.

A la burguesía nunca se la moviliza, porque no le gusta movilizarse. Sin embargo, Mayo del 68, y más concretamente el mitin de Charléty, cambiaron las cosas. En Charléty, el silencio voluntario de Mendes-France es un buen síntoma de ello, los gestores de Mayo del 68 se pasaron de frenada. Nunca sabremos hasta qué punto ocurrió esto porque Danny el Rojo, el más anarquista de ellos, no estaba allí para contrapesarlos. Pero parece bastante cierto que tanto Jacques Sauvageot como Alain Geismar eran más revolucionarios a la usanza más habitual que su tercero en discordia, y que por eso realmente creyeron que el proceso estaba a punto de generar la “construcción del socialismo”. De una forma no sé si precipitada, pero sí creo sinceramente que poco pensada, los hombres de Mayo del 68 desenmascararon sus intenciones en Charléty; con lo que consiguieron que, horas después, en parte incluso gracias a las arengas de comunistas y socialistas oficiales, los burgueses franceses se acojonaran. El gaullismo no hizo otra cosa que capitalizar ese acojone.

El mismo día de la espantada de De Gaulle, horas antes de convocarse la manifestación del honrado comerciante de toda la vida, a las tres de la tarde sale de La Bastilla una manifestación cuyo objetivo es marcar distancias con Charléty. Allí están Benoit Fachon y Charles Séguy, jefes de la CGT; los líderes del PCF Waldeck Rochet, Etienne Fajon, Jacques Duclos, Jeannette Vermeersch, la señora viuda de Thorez… Están Louis Aragon, y Elsa Triolet; y Jean-Luc Godard, y Philippe Sollers, al frente del gotha de la intelectualidad y el artisteo de aquella ceja. Detrás de una enorme pancarta en la que, en letras que parecieran querer emular las características organolépticas de Pau Gasol, se lee: “Gobierno popular”, los manifestantes gritan su adiós a De Gaulle; pero también otra consigna que demuestra que están en este mundo: ¡Mitterrand, pas de manoeuvres! Los manifestantes lanzan otro mensaje al Gobierno: durante todo su recorrido, no hay ni un incidente violento digno de consideración.

Y eso que eran, según la policía, 100.000. Según los organizadores, por supuesto, fue más gente que en la China.

El clima de buen rollito revolucionario queda patente más o menos a la misma hora en que los comunistas van marchando París arriba, pues un elemento de cierta importancia del mundo sindical: Maurice Labi, secretario general de la Federación Química de Force Ouvrière, está dando una rueda de prensa, digamos, pro-Charléty. Dice: “la situación es revolucionaria. Por lo tanto, es posible desbordar los viejos aparatos, hacer saltar una CGT esclerotizada, eliminar los personajes como François Mitterrand, que es un hombre de la IV República, sin ideas y oportunista. Creemos en el desarrollo de los comités de acción, comités de trabajadores, de estudiantes, de barrio”…

Amigo lector, si eres mínimamente ducho en la Historia, las palabras de Labin te han traído una palabra a la cabeza. No te preocupes, no tienes que sacarla. El propio Labin la pronunció en aquella rueda de prensa remachando: “esos comités son los soviets de hoy en día”.

La rueda de prensa de la rue Cadet (sede de FO) es muy importante para entender en qué medida Charléty había hecho madurar algunas de las principales líneas evolutivas de Mayo del 68; de entre ellas, muy principalmente, el enfrentamiento entre el movimiento estudiantil con los sindicatos, de los sindicatos entre ellos, y del revolucionarismo oficial (comunismo y socialismo políticos, que ya no buscan construir el socialismo, sino obtener ventajas sociales del Estado burgués) con el revolucionarismo de la calle, que, aliado con el socialismo minoritario de extrema izquierda, sí está dispuesto a hacer las cosas como Don Carlos, Don Federico, don Vladimiro y don Zedong dijeron que había que hacerlas (porque, a estas alturas, Kropotkin y Bakunin se han quedado para adornar salones de actos con sus retratos).

Diré mi opinión: la rueda de prensa de Labin fue un error. El mismo error, exactamente el mismo, que habían cometido los estudiantes que, al escuchar en la calle el mensaje radiado de De Gaulle anunciando que se iría si no ganaba el referendo, se pudieron a bailar de contentos. Ese error es infravalorar a la burguesía, análisis marxista; o a las capas sociales no comprometidas con Mayo del 68, por ser más exactos. Henchido el pecho por el éxito, porque fue un éxito, del mitin del estadio (en el que la federación química había participado directamente), Labin creyó que a partir de ahí todo el monte era orgasmo, que el movimiento de comunistas y mitterrandianos era un movimiento desesperado; y creyó, al fin y a la postre, que el país entero estaba con “la construcción del socialismo” anunciada el día anterior. En consecuencia, se quitó careta detrás de careta y en su rueda de prensa utilizó un lenguaje que, al día siguiente, invitaría a muchos a ir a la manifestación silenciosa.

La comparecencia pública de Labin, además, tuvo otro efecto de importantísimo valor para el proceso de Mayo del 68: le lanzó, claro y diáfano, a François Mitterrand, el mensaje de que dicho proceso revolucionario no es que estuviese dispuesto; es que estaba deseando dejarle, simple y llanamente, en la cuneta. Deshacerse de él. A las personas que sólo han vivido, o sólo han tenido la referencia, la presidencia de la República de este viejo zorro socialista, en los años ochenta, podrá serles difícil aceptar el concepto de un Mitterrand que, a finales de los sesenta, estaba acabado; pero, en buena parte, es así. Mitterrand, en esto, se parece mucho a otra figura que por esos años estaba a punto de resurgir de sus cenizas: el chileno Salvador Allende. Llevaba demasiados años intentando dar el asalto al poder como para aparecer ante la juventud como un líder fresco y con ideas y, además, toda aquella lucha pretérita lo había convertido, de alguna manera, en un eslabón más del engranaje que ahora la revolución quería superar y dejar atrás. Pero, una vez más, los revolucionarios del 68, representados aquí por el muy fogoso dirigente sindical de Force Ouvrière en el sector químico, cometió el error de pensar que, en aquel proceso, los únicos se movían, los únicos que podían hacer cosas, eran ellos. Mitterrand, de hecho, seguía vivo.

Nada más terminar la rueda de prensa de la rue Cadet, los periodistas se fueron echando leches a la rue Montholon, donde había otra convocatoria, esta vez de la CFDT. Es culminación de una mañana intensísima de llamadas y reuniones. Eugène Deschamps, líder de la formación, aparece nervioso.

“En las circunstancias que vivimos”, dice, “y teniendo en cuenta que la salida del Presidente no hace sino acentuar los problemas que denunciamos, nos parece que Pierre Mendes-France es el único hombre capaz de garantizar los derechos de los obreros, de operar las reformas indispensables en las estructuras del Estado y de asumir, junto con los partidos de izquierda y las nuevas fuerzas, las responsabilidades del poder”.

Trata Deschamps de ser algo más moderado que Labin. Pero no lo consigue. ¿Qué es eso de que “las fuerzas de izquierda” y “las nuevas fuerzas” tomen “el poder”? ¿Quién les ha votado? Mayo del 68, que se quiere decir de sí mismo (y así ha pasado a la Historia, en una especie de machacona repetición goebbelsiana del concepto, sea o no verdad) un movimiento híper-democrático, ¿está proponiendo una toma del poder no filtrada por los votos? Es ésta una de las consecuencias más duraderas de este fenómeno que llamamos Mayo del 68: a partir de él, organizaciones vecinales, de consumidores, ecologistas, o de cualquier otro pelaje, exigirán a los poderes públicos constituirse en negociadores de procesos varios, a pesar de que nadie les ha votado para ello, ni se conoce en realidad su auténtico apoyo social, ni nadie se lo pide, ni ellos lo cuentan.

Es la primera vez, además, que la CFDT da el paso de proponer algo en el terreno político, no sindical.

¿Y don Pedro? Mendes-France, según todos los indicios, no lo tiene claro. Nada claro. Y para entender por qué, tenemos que volver a la noche del domingo al lunes, cuando todo el foco de la atención está centrado en la negociación de Grenelle.

Esa noche, en un apartamento muy cerca de Los Inválidos, hay una reunión presidida por Mendes-France. A ella asisten:

Por el PSU, Michel Rocard, Marc Heurgon y Gilles Martinet.

Por el lado sindical,dirigentes de la CFDT y de FO.

Por la UNEF, varios dirigentes, entre ellos Jacques Sauvageot.

Por la SNE Sup, otros dirigentes, aunque creo que Geismar no está entre ellos.

Los chicos del PSU quieren que todo lo que está pasando, las huelgas y movidas de estudiantes, tenga una expresión política. En otras palabras: quieren ser los portavoces del mismo en la Asamblea Nacional, ergo en el gobierno. Esto pasaría por crear un nuevo partido político, comandado por Mendes-France, al que todas las formaciones aquí representadas se unirían.

Nótense dos elementos importantes en este relato. El primero, en la reunión no está Mitterrand, esto es el socialismo más oficial, a pesar de que se ha desempeñado a fondo en el Parlamento contra el gobierno esos últimos días. Las fuerzas políticas de Mayo del 68 no lo consideran un aliado (y los comunistas, ya lo hemos leído, desconfían de él); tal vez ahora consigas, lector, entender la actitud del viejo zorro socialista de dar la rueda de prensa ofreciéndose para todo, y de mostrarse proclive al pacto con los comunistas (porque hay que ser muy tonto como para no pensar que don Francisco supo de la reunión de Los Inválidos antes incluso de que el primero de los asistentes que fuese a mear tirase de la cadena).

El segundo elemento importante es que en esta reunión no hay ni traza de quienes iniciaron, alimentaron, construyeron e hicieron grande el movimiento de Mayo del 68: pas de Mouvement 22 Mars, pas de maoïstes, pas de trotskistes. Sólo los socialistas de extrema izquierda y un, digamos, “traidor”: Sauvageot.

Jacobito trata de arreglar un poco las cosas cuando se le da la palabra para que aporte la opinión de la UNEF sobre la propuesta de Rocard. Dice que no cree mucho en ello, porque la fuerza está en la calle y en las fábricas. Admite que Mendes-France es el único político tradicional que no está desvalorizado, pero sigue pensando que hay una diferencia entre él y la revolución que está en la calle. No se entiende, la verdad, que, si pensaba eso que dijo, fuese a la reunión de Los Inválidos.

Tras Sauvageot, los propios socialistas del PSU muestran sus diferencias. Algunos creen en un cambio de gobierno (esto es, apoyado en las fuerzas existentes y nuevas) y otros en un cambio de régimen: Mendes-France gobernando con el apoyo de los comités, esto es los soviets.

Los sindicatos echan un jarro de agua fría a las intenciones revolucionarias. En la mayoría de las fábricas, dicen, no hay comités de acción; y en muchas donde los hay, el PCF los está colonizando. Hace falta hacer saltar el régimen actual, pero ofreciendo una alternativa factible. Y no están seguros de que Mendes-France sea capaz de representarla.

En suma: ante el político socialista, gran esperanza blanca de la revolución del 68, se despliega la gran incongruencia práctica de dicho proceso: una mitad de sus apoyos políticos creen en tomar el poder por la vía de hacer que quien está se vaya y la sociedad, de alguna manera, les pida a las izquierdas que se sienten en el trono; y otra parte lo quiere cambiar todo, quiere una revolución, otro Estado o, tal vez, ningún Estado. Acostumbrado a ser un agudo analista de voluntades, es muy probable que Mendes-France se diese cuenta, esa noche, de que, en realidad, la facción moderada de la revolución está más cerca de la no-revolución que de su facción radical. Si lo pensó así, lo cierto es que el tiempo le daría la razón, porque la llegada de Mitterrand al poder diez y pico años después, no es sino la integración de ese Mayo del 68 en el juego político burgués que un  día quiso destruir.

Las presiones sobre Mendes-France, sin embargo, son muy fuertes. Durante todo el miércoles, se multiplican, sobre todo desde el flanco sindical. A las seis de la tarde, en la Asamblea, anuncia: “Apruebo el esquema propuesto por el señor Mittterrand”. Acepta, pues, ser primer ministro de un presidente que, las izquierdas lo dan por hecho, será el socialista. En su R16, sale conduciendo hacia la rue de Rivoli, domicilio de Georges Dayan, diputado por el Gard y una de las manos derechas de Mitterrand. Allí se reúne con Guy Mollet, Gaston Deferre, René Billères y el propio Mitterrand. El protoprimer ministro no quiere prisas; antes quiere un acuerdo total sobre la política a llevar a cabo; Mitterrand, por su parte, pierde el culo por anunciar públicamente, ya, un acuerdo.

Finalmente, aparece a las nueve y diez, en Palais-Bourbon, acompañado por la élite del PSU. Y recita ante los periodistas: “no rechazaría las responsabilidades que me pudieran ser confiadas por la izquierda reunida”.

Así pues, Mayo del 68 alcanza su, digamos, fase final. Ahora ya no se trata de mejorar las condiciones de Nanterre, ni de cambiar el sistema educativo, ni de mejorar el nivel de vida de los obreros o los derechos sociales, ni de revitalizar y democratizar la vida política. Ahora se trata de un proceso en el cual la huelga de nueve millones de franceses ha colocado el país en una situación de colapso total, el Estado ha desaparecido, y ha de surgir un nuevo Estado, a cuyo gobierno acceden, honoris causa porque ni dios habla de convocar unas elecciones, las izquierdas que han capitalizado (que no realizado) las movidas de Mayo; con un presidente que más o menos les ancla a la realidad anterior, Mitterrand; y un primer ministro de la nueva hornada, totalmente identificado con el proceso, mirlo blanco de la revolución, llamado Pierre Mendes-France. Ahí queda eso.

¿La izquierda reunida? Al día siguiente, haciendo notaría de los hechos del 29, L’Humanité afirmará que no cree ni en terceras vías, ni en hombres-milagro.

La mayoría de las personas que, en París, leen ese comentario editorial, habían recorrido la calle, horas antes, gritando: ¡Mitterrand, pas de manoeuvres! Lo cual demuestra que un comunista podrá ser tonto, pero no gilipollas.

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