lunes, mayo 20, 2013

Soixante huit (19:... y el viento cambia)

De esta serie se ha publicado ya un primer, segundo, tercer, cuarto, quinto, sextoséptimo, octavo, noveno , décimo, décimo primerdécimo segundo, décimo tercer, décimo cuarto, décimo quinto, décimo sexto, décimo séptimo y décimo octavo capítulo. 

Resumen de lo publicado: Tras la espantada de Sauron y el apagamiento, que parece definitivo, de su ojo en la cumbre de Mordor, los hobbits se creen ganadores definitivos de la lucha contra los poderes oscuros. Ello a pesar de que los Rojirrim y los enanos, teóricos aliados suyos, siguen en buena parte haciendo la guerra por su parte y tratando de pactar con Sauron en lugar de acabar con él. En aquel clima tan optimista, los hobbits comienzan a pensar en el futuro cuando tengan el poder absoluto sobre la Tierra Media, y se deciden por un amiguete, el mortaraz Aragorn Mendes, para que los gobierne.
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A las 12,25 horas de la mañana, el general De Gaulle ha vuelto a París. Tardará dos horas de recibir al primer ministro Pompidou y comenzar a dar explicaciones concretas.


El miércoles por la mañana, cuando De Gaulle partió de París acompañado por su mujer y el comandante Le Floric, su ayuda de campo, se había dirigido al helipuerto de Issy-les-Moulineaux; pero no para volar hacia Colombey, como se había supuesto, sino hacia Taverny, el puesto de mando secreto de la nación; algo así como el sótano de la Casa Blanca que aparece en tantas películas, pero en versión Louis de Funes. De Gaulle estuvo allí apenas un cuarto de hora, pero lo que hizo o dejó de hacer no ha terminado de estar claro. Luego se marchó a Baden-Baden, al cuartel general de las fuerzas francesas en Alemania. Allí, el presidente tiene una serie de reuniones con los altos mandos militares. ¿Para preparar un golpe de Estado? Bastante truquera la teoría. Más bien, para conocer de primera mano la voluntad, o no, del Ejército, de mantenerle su apoyo. Después de esas entrevistas, De Gaulle volará a Mulhouse, para entrevistarse allí con más mandos militares; y luego, finalmente, a Colombey-les-deux-Églises, teórico primer destino de su salida. A las seis y media, desde su villa de descanso, telefonea a Pompidou y le anuncia: “No me retiro”.

Como digo, las pistas tienen toda la pinta de que no se puede hablar de una conspiración para dar un golpe de Estado, como han pretendido, y sobre todo pretendieron en ese mismo momento, algunas visiones. Podría ser, incluso, todo lo contrario; podría incluso ser que De Gaulle tratase de parar algún movimiento desesperado del Ejército, más que provocarlo. Lo que está claro es que, de las entrevistas celebradas, De Gaulle sacó la idea clara de que, o bien los militares aceptaban apoyarlo, o bien exigían su presencia como garantía de normalidad. Ambas posibilidades conducen al mismo tipo de reacción, que fue la que tuvo, es decir anunciar que no se iría.

En la entrevista de las dos y media del día 30, lo primero que escucha De Gaulle es a Pompidou presentándole su dimisión; y lo primero que escucha Pompidou es a De Gaulle diciéndole que al Président, los deseos de su premier se la sudan. A partir de ahí, hablan de qué se puede hacer. Ambos están de acuerdo en que, en la situación de anormalidad que tiene el país, el anunciado referendo es imposible. Pompidou, sin embargo, le dice a De Gaulle que hay que proponer algo en positivo, y le insinúa la posibilidad de convocar unas elecciones. De Gaulle acepta.

A las cuatro y media , la radio transmite una declaración del presidente De Gaulle. Dice [itálicas mías, obviously]: “Francesas, franceses, en mi calidad de detentador de la legitimidad nacional y republicana, he analizado en las últimas 24 horas todas las eventualidades sin excepción que me permitirían mantenerla. Y he tomado mis decisiones. En las circunstancias existentes, no me retiraré. Tengo un mandato del pueblo. No me retiraré. No cambiaré de primer ministro, cuyos valor, solidez y capacidad merecen el reconocimiento de todos. El primer ministro me va a proponer aquellos cambios que le parezcan útiles para la composición del Gobierno. Asimismo, con fecha de hoy disuelvo la Asamblea Nacional. He propuesto al país un referendo que diese la ocasión a los ciudadanos de decidir una reforma profunda de nuestras economía y universidad y, al mismo tiempo, de expresarme si mantienen su confianza en mí o no, por la sola vía aceptable: la democracia”.

Continúa diciendo que se ha dado cuenta de que la situación actual obstaculiza ese proyecto, por lo que ha decidido aplazarlo. Más adelante, afirma que “ha llegado el momento de organizar la acción cívica”. “Francia”, afirma, “está amenazada por una dictadura. Se quiere impulsar a la nación a resignarse ante un poder que nacería desde la desesperanza nacional. Este poder sería esencialmente el del vencedor, esto es el comunismo totalitario”.


La declaración de De Gaulle, medida hasta el nanomilímetro cae sobre la sociedad francesa como una bomba atómica. Las fuerzas de izquierdas lo interpretan como un gesto que coloca al país al borde de la guerra civil. Pero esto pertenece al terreno de los gestos; hoy diríamos, de la imagen. En realidad, De Gaulle, con su gesto y su anuncio, ha ganado muchas más cosas que las que ha perdido.

En primer lugar, el presidente francés ahora tiene alguien a quien representar: esa mayoría silenciosa que siempre parece no existir, pero a la que los excesos de Mayo del 68, y notablemente el mitin de Charléty, de unos tonos revolucionarios que son muy difíciles de edulcorar por los muchos estrategas de izquierdas que no querrían haber llegado tan lejos, ha sacado a la calle.

En segundo lugar, el movimiento de Mayo del 68, y también sus adherencias políticas, han procedido con una notable torpeza a la hora de leer la situación. Han reaccionado con el muy superficial Adieu, De Gaulle, al anuncio del referendo. Como ya he comentado unos párrafos más allá, los estudiantes, muchos de ellos marxistas de libro en el sentido estrictísimo del término (todo lo que saben del marxismo lo han sacado de libros escritos por marxistas; que es como pretender obtener una imagen equilibrada de la divinidad de Cristo leyendo sólo libros aprobados por el obispo), han cometido el error de obrar como si esa burguesía a la que quieren tumbar no estuviese dispuesta a organizarse y defender a sus líderes. Han pensado, por lo tanto, que el anuncio del referendo es sólo una forma elegante buscada por De Gaulle para marcharse; cuando, en realidad, fue una forma desesperada de quedarse.

En tercer y más importante lugar, la idea de Pompidou de aplazar el referendo y convocar elecciones, aunque arriesgada, fue un torpedo en la línea de flotación del Mayo del 68, destinado a partirlo en dos. Sucintamente: entre los que no esperaban nada de esas elecciones, y los que lo esperaban todo.

No cabe dudar que de Mayo del 68 sea un movimiento formado por revolucionarios sinceros, que alcanzaron su hubris en el estadio de Charléty. Pero dentro del movimiento, desde la alianza con los sindicatos y las fuerzas políticas, había, por definición, otros elementos muy poco revolucionarios. Simples y puros agiotistas del poder que lo que buscaban era gobernar. Gobernar aquella misma república, aquella misma asamblea, aquel mismo palacio del Elíseo. Nada de revoluciones ni cambios de régimen ni tonterías. Para todas aquellas personas, Mayo del 68 era un sol que calentaba mucho. Que había calentado ya suficiente, de hecho.

Todos esos Mitterrand, Rocard, etc., simplemente salivaron cuando escucharon a De Gaulle decir que convocaría elecciones, convencidos de que las ganarían de calle.

En cuarto lugar, no hay que olvidar los mensajes insinuados en el muy medido discurso del presidente. Ese "he considerado todas las posibilidades" daría para muchos comentarios, y era, de hecho, un guiño a los organizaciones de ultraderecha. El complemento "en las circunstancias existentes" venía a tender la mano hacia los ciudadanos no de izquierdas que estaban cansados de De Gaulle, muchos, para que se diesen cuenta de que ahora, y sólo ahora, tocaba apoyar al general. Y, finalmente, la apelación a la dictadura comunista era una forma de lanzarle al PCF el mensaje de que, si el órdago de Mayo salía mal (cosa en la que los comunistas creían; ellos nunca pensaron que pudiese llegar el gobierno revolucionario de Charléty), ellos serían los principales perdedores, porque la reacción posterior les colocaría al frente de un movimiento que no habían controlado y sería su mejilla la que se llevase los hostiones.

La mayoría de las reacciones que siguen al discurso de De Gaulle son las de los distintos partidos políticos anunciando su decisión de acudir a las elecciones. Dependiendo de quién sea la reacción, se propone, o no, la creación de una candidatura única de izquierdas.

La UNEF de Jacques Sauvageot es, tal vez, la única organización de peso dentro de Mayo del 68 que reacciona de la forma que cabría esperar en el ámbito del movimiento. Propone pasar de las elecciones y darle el poder a las asambleas de estudiantes y obreros. Nadie, y nadie es nadie, la escucha. Los estudiantes, por lo tanto, siguen sin entender la que han montando, ni sus consecuencias.

Son las cinco y media de la tarde. El presidente de la Asamblea, Chaban-Delmas, acaba de anunciar la disolución de la misma. Los diputados gaullistas salen del edificio, camino de la no muy lejana plaza de la Concordia. El lugar se va petando poco a poco. También hay jóvenes. Pero el público está formado mayoritariamente por empleados y funcionarios. Burgueses, diría el análisis del momento. En la cabeza de la impresionante manifestación, que comenzará a contarse por miles, luego por decenas de miles, y finalmente por centenares de miles de personas, miembros del Gobierno y de parlamento; entre ellos, por cierto, André Malraux, el escritor comunista que tanto hizo por apoyar al bando republicano de la guerra civil.

Se canta el viejo himno del ejército del Rhin, más conocido como La Marsellesa. La manifestación es impresionante y todo el mundo se extraña (hasta hoy mismo, por cierto) de la presencia, no relevante pero sí significativa, de jóvenes estudiantes en la misma. A medianoche, personas a pie y en coche tomarán el Quartier Latin, como tratando de demostrarle a los estudiantes que también su teatro tradicional de operaciones les pertenece. Un grupo de jóvenes se cruza con François Mitterrand, de vuelta a su casa. Lo persiguen con la insana intención de darle una mano de hostias. El futuro Président de la République se libra refugiándose en un garaje.

El ministro de Correos y Transportes, Yves Guéna, hace unas declaraciones esa noche llamando a los trabajadores de los servicios de su ministerio para que vuelvan al trabajo. “Es necesario para poder celebrar las elecciones”, dice. En la noche del 30 al 31 de mayo, hace que la policía ocupe varias oficinas de los servicios de P et T, como les llaman los franceses.

 Los piquetes sindicales no se oponen.

Hay, mal que le pese a los revolucionarios, una irresistible sensación de cambio en la dirección del viento.

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