lunes, septiembre 02, 2013

Reza Aslan: Zealot



Autor: Reza Aslan.
Título: Zealot: the life and times of Jesus de Nazareth.
Editorial: Random House, 16 de julio del 2013.
Extensión: 296 páginas.
Calificación moral: mayores con reparos.


Está convirtiéndose en una costumbre inveterada que invierta yo una porción de mis vacaciones de verano leyendo algún libro sobre la figura histórica de Jesús de Nazaret. Este año le ha tocado el turno a Reza Aslan y su libro Zealot: the life and times of Jesus de Nazareth. Como casi siempre con este tema, se trata de una lectura no exenta de polémica, nada mal escrita (de un tiempo a esta parte, no pocos jesusólogos, sobre todo en Estados Unidos, han adquirido habilidades periodísticas y marquetinianas, y tienen páginas web y todo); pero, por encima de todo, discutible.

Aslan es hijo de lo que él denomina «musulmanes de fe tibia» (emigrados iraníes forzosos), y cuenta en el prólogo del libro que descubrió a Jesús durante un campamento siendo un adolescente, aunque luego, conforme se fue convirtiendo en un scholar experto en la antigüedad hebrea y bla, comenzó a tener problemas para casar todo lo que creía con lo que sabía. Fruto de esas dudas y del esfuerzo de conocimiento que vienen a suponer es este libro, donde Aslan trata de desnudar a Jesús, por así decirlo, de todo aquello que lo adorna pero es ahistórico, cuando no antihistórico, para llegar a un destilado final que, de alguna manera, pretende que sea algo así como el conjunto de cosas sobre Jesús que pueden considerarse innegables. Su esfuerzo, pues, se parece bastante, en su esencia, al que ya recensionamos en este blog de Bart Ehrman, aunque hay que decir que Aslan se moja bastante más que el chulesco autor citado supra.

Creo que cualquier apreciación por mi parte sobre el libro de Aslan y sobre el tema en sí de la historicidad de Jesús debería comenzar por un concepto primario que, sin embargo, creo que nunca he puesto por escrito, lo cual supone cierta falta de respeto hacia mis lectores. Lo escribiré ahora, pues.

Este primer concepto esencial es que yo, la verdad, sin que esto suene despreciativo, creo que la investigación de los orígenes del cristianismo lleva ya bastante tiempo un poco estancada, si no mucho. En mi opinión, el gran salto cualitativo de conocimiento en esta materia se dio en la segunda mitad del siglo XIX y, a partir de ahí, lo que tenemos son diferentes tentativas de reinventar el salmorejo. Sí, ya sé que entre el periodo que yo considero fundamental y el presente hay cosas como el descubrimiento de los rollos del Mar Muerto; pero yo creo que la importancia que se le da a este descubrimiento, por no citar otros más recientes y mediáticos como el enterramiento de Talpiot, es bastante menor de lo que se pretende. Entiéndase: no se trata de materiales menores; se trata de materiales menores a la hora de adverar o desmentir la historicidad de Jesús de Nazaret y los orígenes del cristianismo. El cristianismo, y pronto espero escribir un poquito más sobre esto, es el resultado del contacto entre judaísmo y platonismo (muy especialmente en Alejandría, en el gabinete de estudio de Filón) y del paganismo.... Sí, lo has leído bien. El cristianismo, en mi opinión, no surge contra el paganismo, sino desde él. Es la filosofía moral que finalmente responde con eficiencia preguntas que las religiones que hoy llamamos paganas ya se estaban haciendo. Pero es que esto se sabe desde Fustel de Coulanges, desde Frazier, desde Cumont. Quien quiera enterarse de estas teorías, con facilidad puede encontrar primeras ediciones de las mismas de 1880, o similar.

Desarrollar mis ideas a este respecto, no obstante, nos desviaría del motivo de este post. Baste apuntarlas, únicamente, como sustento a esta afirmación mía de que la investigación bíblica, evangélica y jesuista ofrece, a mi modo de ver, pocas novedades desde hace tiempo. Los textos son los mismos, los referentes básicos no han cambiado. La arqueología, neto de Talpiot y las diversas teorías serias o simples conachadas que ha provocado, tampoco puede dar muchas respuestas nuevas. Así pues, en toda obra sobre esta materia, por mucho que su autor se empeñe en enmascararlo, hay bastante de más de lo mismo.

Aslan no es una excepción. De hecho, su teoría básica, que sus editores han querido hacer bien evidente porque saben que es atractiva, es una teoría que estuvo muy en boga tras la década de los sesenta, cuando tantas personas descubrieron por qué Jesús llevaba dos mil años dejándose el pelo largo. En aquella época, las nuevas formas de pensar quisieron ver en Jesús a un hippie más o menos vocacional y, sobre todo, a un revolucionario de mayor o menor laya. Las teologías de la liberación más o menos elegantemente construidas quisieron ver en él al primer comunista de la Historia (que, vaya: ¿qué se hizo de los Gracos?); una especie de Che Guevara adelantado, y tal, y tumba. Los investigadores bíblicos hacía ya mucho tiempo que habían descubierto que la bienintencionada traducción que los padres Nácar y Colunga, en los evangelios de uso común en escuelas y hogares españoles, habían hecho del término griego lestai era precisamente eso: una traducción bienintencionada que quería convertir a los compañeros de Jesús en el Gólgota en ladrones, cuando en realidad eran, más que probablemente, zelotes o, con mayor precisión, activistas creyentes más o menos en las mismas cosas en las que creyó, tiempo después, el denominado partido zelote.

Aslan considera que Jesús fue, básicamente, una especie de líder zelote o zelotoide. Un predicador surgido de la aldea de Nazaret para predicar una serie de cosas que él conecta directamente con el hecho de que los diferentes regímenes religioso-temporales de Jerusalén fueron, básicamente, regímenes corruptos en los que miembros de élites familiares (en términos occidentales podríamos decir que aristocráticas, aunque aquella aristocracia provenía de la fe y de las costumbres y no del poderío militar) adquirían el privilegio de ser Sumo Sacerdote de las autoridades romanas; autoridades metropolitanas que, además, y en este punto el libro de Aslan es muy claro, preciso y convincente, se caracterizaron, durante prácticamente todo el periodo que va desde la teórica muerte de Jesús hasta Masada, por ser, ellos mismos, unos personajes de dudosísima moralidad colectiva. En un entorno, pues, de prefectos ladrones y de sumos sacerdotes asociados con ellos, surgió este Jesús que hablaba de la autenticidad de la fe en Dios y de ponerlo todo patas arriba, como por otra parte ya anunciaban las escrituras.

Reza Aslan hace en su libro algunas apreciaciones de gran interés. Su principal objetivo, que él mismo confiesa, es contextualizar adecuadamente el desarrollo del relato o los relatos sobre la vida de Jesús en el momento histórico del pueblo judío; y es en este terreno donde el libro es, en mi opinión, especialmente clarividente. El autor pasa bastante de los escritos de Pablo de Tarso, lo cual es bastante lógico porque el fundador del cristianismo gentil, realmente, da toda la impresión en sus cartas, sobre todo en aquéllas que le son atribuidas con mayor verosimilitud, de no saber nada sobre la vida de Jesús. En realidad, de todo de lo que habla Pablo en sus cartas es de la crucifixión y, sobre todo, de la resurrección de Jesús. Pero, a pesar de ser una persona que ha pasado tiempo en Jerusalén con Pedro, el teórico discípulo de Jesús primus inter pares, y Santiago, también teórico hermano del Mesías, no parece interesado en contar ninguno de los muchos detalles que con seguridad le habrían referido.

[¿Por qué teórico primer discípulo de Jesús? Pues porque una lectura sinóptica del famoso pasaje de la piedra y sobre esta piedra edificaré bla bla bla levanta, a mi modo de ver, más que serias dudas de que esa condición realmente fuese cierta o, más concretamente, contemporánea de Jesús. Y, a la vista de los Hechos, esto es a la vista de que sabemos que Pedro fue uno de los que aceptó la jefatura de una de las iglesias cristianas, la cristiano-judía, bien podría ser que muchas de las cosas que los Evangelios dicen en procura de ese papel especial fuesen elaboraciones posteriores; una forma, bien conocida, de hacer que el presente justifique el pasado. Pero, bueno, éste es otro tema...]

Reza Aslan nos recuerda que todos los evangelios fueron escritos después del año 70 de nuestra Era. Esto es, después de que los romanos, hasta los huevos de las conachadas de los hebreos, se fuesen a por ellos, entrasen en Jerusalén y no dejasen en pie ni los ceniceros del Templo. Para el autor, tras aquella debacle, que las respuestas suicidas y eso no mellaron en su importancia, provocó en el mundo judío una reacción clara contra el pensamiento belicista, hoy diríamos independentista, de zelotes y otros radicales, alimentando una concepción más moderada de lo hebreo. En este punto le falta al libro, en mi opinión, algún análisis algo más profundo de lo mucho que, en mi opinión, colaboró para esta moderación el contacto del judaísmo con el platonismo y la pulsión, por así decirlo, hacia la religión moral. Porque el mundo antiguo, en aquel mismo momento, estaba cambiando; cansado de religiones que eran mezcla de fe y magia, buscaba la forma de construir creencias que colocasen la responsabilidad de la virtud y la felicidad no sobre los hombros de los dioses, sino de los hombres. No obstante, y a pesar de estas carencias, el punto de vista de la obra es, a mi modo de ver, muy acertado.

Para sostener esa interpretación de Jesús como un predicador independentista judío con contenido social y, diríamos hoy, antisistema, Aslan hace algunas interpretaciones que, además de ser, como todas, discutibles, son un poco forzadas. Por ejemplo, interpreta el famoso pasaje del denario y el mensaje de Jesús («dadle al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios»), no como se ha hecho canónicamente durante mucho tiempo, es decir considerando que lo que quiere decir es que el creyente debe ocuparse de las cosas espirituales y que a él los temas terrenales se la bufan. Según Aslan, este pasaje quiere decir: devolverle la moneda al César porque es suya puesto que en ella está su rostro; pero devuélvasele al Dios de Israel la tierra que eligió para su pueblo. Como digo, es una interpretación bastante coherente con lo que los estudiosos de la Biblia destacan muy habitualmente, y es que el mesianismo judío era un mesianismo ligado a la llegada de un líder terrenal que establecería el Reino de Dios en la Tierra; pero, aún así, es, o a mi me lo parece, un tanto forzada.

A pesar del título del libro, en realidad Aslan niega que Jesús fuese un zelote porque, dice, este partido no surgió hasta treinta años después de su muerte. Tampoco quiere ver en él una persona que propugnase la violencia, «aunque», matiza, «sus visiones sobre la violencia eran más complejas de lo que normalmente se acepta» (bien es verdad que, para sostener las posiciones violentas en Jesús, se apoya en pasajes como la Pasión, de los que él mismo duda). Sin ser todo eso, dice, lo que sí fue es un profeta mesiánico (una vez más, la promesa de un reino de Dios terrenal) que fue crucificado por los romanos (probablemente, dice, sin intervención del Sanedrín; establece muchas dudas sobre esa parte del relato) porque ponía en peligro la ocupación romana de Palestina.

Sinceramente, yo encuentro bastante difícil comprar esta teoría. Si Jesús hubiese llegado a ser tan poderoso como para suponer objetivamente una amenaza para los romanos, hay varias preguntas que hacerse. La primera es por qué Josefo le dedica apenas una mención en sus libros, y además una mención indirecta (porque, en realidad, Josefo alude a los cristianos, no a Jesús). Cuesta creer que un siglo tan convulso, del que ha quedado puntual recuerdo de asesinatos personales de grandes sacerdotes del Templo, no quedase una traza más visible de alguien que tenía que tener toda una caterva de seguidores activos, y activos quiere decir haciendo algo contra el poder romano, como para que la metrópoli del mundo lo considerase una amenaza.

La segunda pregunta es por qué es ejecutado con tanta facilidad. Tras el prendimiento de Jesús, nos cuentan los Evangelios, sus doce apóstoles se diluyen y le niegan. ¿Cómo podía Jesús poner en peligro la estabilidad del protectorado romano ayudado tan sólo por doce pollos que unos pocos años antes estaban pescando percas? Aslan aborda este problema levantando serias dudas sobre el relato de la Pasión; dudas que este bloguero comparte, hasta el punto de considerar que raramente habrá algo de verdad en todo lo que los Evangelios cuentan. Pero sigue sin explicar cómo es posible que, en el marco de un pueblo que está a la que salta por su independencia temporal y religiosa frente a un poder que no le gusta, un tipo que entra en Jerusalén en loor de multitud es torturado y crucificado horas después sin que pase nada. Bueno, si hemos de creer el relato de la Pasión, la cosa va más allá; porque los tipos que lo aclaman, horas después, lo cambian por un pollas que está en la cárcel. Todo esto mediando una seria preocupación por parte del prefecto Pilatos por salvar a Jesús; preocupación que, en esto estoy totalmente de acuerdo con Aslan, es insostenible desde cualquier punto de vista.

La relación entre Jesús y Juan el Bautista es también objeto de análisis en este libro; análisis que está entre lo mejor del manuscrito. Aslan recuerda que Juan el Bautista fue un líder religioso que, exactamente igual que Jesús, era venerado años después de su muerte por sus discípulos y, al fin y a la postre, acaba insinuando con bastante claridad que Jesús fuese un discípulo de este primer predicador; con lo que las cosas que los Evangelios vienen a decir de que Juan conoció, comprendió y asumió la superioridad del Hijo de Dios, son relatos adecuadamente colocados en las Escrituras con posterioridad.

En suma, estamos ante un libro muy atractivo por su carácter histórico, elegante en muchas de sus interpretaciones; y, por supuesto, discutible como todos. Una lectura interesante si se hace con cierto espíritu abierto, y no como los elementos más religiosos de los Estados Unidos, que consideran que se trata de una obra en la que «un demócrata acusa a Reagan de haber sido mal republicano». Pero tampoco marca un antes y un después en este tema, probablemente porque habilitar dicha marca es imposible. Casi todo en este ámbito es voluntario. Cada uno cree lo que quiere creer.

3 comentarios:

  1. Sé que te llevas bien con Tiburcio, ¿pero os sincronizáis en el tipo de libro que leéis? Porque él acaba de comentar su blog el libro un ex-monje seguidor del budismo tibetano que pretendió conocer el mensaje original de Buda, al considerar que esta rama estaba influida por elementos extraños. Propone asimismo una hipótesis curiosa acerca de dónde estudió Buda y pudo adquirir elementos extraños a la cultura hinduista de su época, pero como con los estudios de Jesús, ¡vete a saber!

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  2. :-D Cualquier día de estos comeremos y lo discutiremos.

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  3. Saludos, soy Pablo Ortega, y he sido desde hace ya un buen tiempo un lector de tu blog, que me ha sido muy instructivo a la hora de comprender mejor la historia de España.

    Soy cristiano y según tengo entendido, la mayoría de los Evangelios canónicos se escribieron en la década del 60-70 d.C., pues ninguno hace referencia a la destrucción del Templo, la cual había sido profetizada por Jesús, razón por la cual le hubiera convenido a los evangelistas mencionar su acierto.

    Y no veo el por qué de las dudas de la historia de la Pasión. A fin de cuentas, si asumimos que Jesús fue capturado y juzgado rápidamente para evitar una reacción popular en contra del Sanedrín, sumado a que la masa que escogió a Barrabás era una escogida específicamente por los sacerdotes (algo así como las manifestaciones "espontáneas" del franquismo) y que posiblemente Pilatos era un buen hombre que consideraba inútil matar a Alguien que no era un peligro para Roma, el relato de la Pasión es bastante creíble.

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