miércoles, abril 09, 2014

El hombre que sabía hacer las cosas bien (5)

Terminada la segunda guerra mundial, allá por agosto de 1946, para Leónidas Breznez llegaba el momento de dejarse de coñas provincialistas y de, en consecuencia, intentar jugar la Champions League del poder soviético en aquella URSS estalinista en la que tan complejo y peligroso resultaba dicho juego.

Contaba con una ventaja fundamental para ello, y es que, indudablemente, el desarrollo paralelo del propio estalinismo y de la guerra había desplazado claramente el foco del poder en el Partido Comunista hacia aquéllos de sus dirigentes de origen ucraniano o destinados en Ucrania, no pocos de ellos adscritos a la Mafia del Dnieper. Desde febrero de 1944, la figura principal de este elenco, Nikita Kruschev, venía siendo a la vez secretario general del PCUc y primer ministro del gobierno ucraniano, además de miembro del Politburó del PCUS en Moscú. Esto lo convertía en uno de los personajes más poderosos de la URSS, lo cual también quería decir uno de los, por llamarlos de alguna manera, políticos (los jerifaltes soviéticos no eran en puridad políticos, sino una especie de altos funcionarios con poder político) más sometidos a los peligros del navajeo de otros atraídos por su poder.

Quizá el peor enemigo en aquel momento para Kruschev era Georgy Malenkov, otro comunista acérrimo que había sido nombrado presidente de un comité para la reconstrucción de las áreas liberadas del yugo alemán, la principal de las cuales era Ucrania, por lo que Malenkov tenía esferas de poder muy importantes en la trastienda del de Kruschev. Malenkov, además, estaba a cargo de la selección de nuevos cuadros del Partido, por lo que, en Ucrania, disponía de la capacidad de, literalmente, segar la hierba que pisaba Nikita.

Otro elemento no demasiado favorable a Kruschev y con capacidad de hacerle daño era Andrei Andreyev, que estaba a cargo de la política agrícola de la URSS; asunto éste en el que Ucrania, una vez más, ocupaba un puesto fundamental.

Por último, había que citar a un personaje importantísimo para entender la URSS en general y el estalinismo en general: Andrei Zdanov. Durante mucho tiempo, Zdanov había ocupado el sitial a la derecha de Stalin en lo que se refiere a cuestiones culturales e ideológicas, al estilo del que había ocupado Lavrentii Beria en lo relativo a la seguridad. Justo antes de estallar la segunda guerra mundial, sin embargo, la estrella de Zdanov empalideció frente a Stalin por razones que no son fáciles de discernir. No obstante, en 1946 este hábil dirigente del PCUS logró sembrar la confianza de nuevo ante Stalin, quien le confió una misión que preocupaba especialmente al georgiano. En efecto, Stalin temía, y no le faltaba razón, que la victoria soviética en la guerra frente a Alemania, que no había sido nada fácil y consecuentemente había necesitado del esfuerzo de todo, acabase por significar que esos mismos «todos» reclamasen un lugar bajo el sol del poder, que obviamente tendría que cederles el hasta entonces todopoderoso Partido Comunista. Dado que el comunismo es una ideología tan proclive a reclamar de los demás que suelten el poder como a no soltarlo cuando lo obtiene, es obvio que Iosif Stalin no tenía la menor intención de hacer caso de esos cantos de sirena. Y para garantizarse la estabilidad de la comunistización del país, contaba con Zdanov y, consecuentemente, le encomendó una política de largo plazo, que en puridad duró décadas, de consolidación de la pureza ideológica comunista de la Unión Soviética: la conocida como Zhdanovchina.

En 1947, no hacía ni dos años que Kruschev había labrado su fama total gracias a sus logros militares en Ucrania, la carrera de este pígnico dirigente soviético estaba a punto de colapsar. Las luchas intestinas en el segundo y tercer escalón bajo los pies de Stalin eran tan intensas que con casi total seguridad tuvieron algo que ver en la muerte de Zdanov, producida en extrañísimas circunstancias en 1948. Malenkov estaba mortalmente enfrentado con Kruschev; éste le respondía de la misma manera, además de ponerle la proa a Andreyev. Y, finalmente, en vida de Zdanov, éste le tenía totalmente declarada la guerra a Malenkov y a Kruschev. Era, pues, un enfrentamiento cruzado entre cuatro de los once miembros del Politburó, esto es de la elite gobernante estalinista, de entre los cuales probablemente el secretario general del Partido en Ucrania era quien con más facilidad llevaba las de perder. ¿Por qué? Pues, fundamentalmente, por la sicología de Stalin. Como buen converso, Iosif Stalin, que en su juventud había devorado los poemas de los escritores nacionalistas georgianos, había abrazado la rusofilia con una fuerza difícil de encontrar entre los rusos del mismo Bilbao. El estalinismo, de hecho, es el primer mojón de un largo proceso por el cual la Unión Soviética se concibió como una especie de proyecto panruso; proceso que tiene tanta fuerza que ha sobrevivido a la propia URSS y permanece instilado en el putinismo.

Stalin, de hecho, profesaba, a finales de la guerra mundial, una desconfianza enfermiza hacia Ucrania y lo ucraniano. En su mente, los ucranianos no habían hecho, ni de lejos, ni la mitad de la mitad de un cacho del trozo de la décima parte del esfuerzo que tendrían que haber hecho para  combatir a los alemanes. Consideraba que Ucrania había colaborado con el invasor y que ahora se nutría de sus objetivos propios y estaba, por lo tanto, siempre dispuesta a traicionar el sueño soviético. A ello contribuía con claridad el dato de que los resultados de las campañas agrícolas de 1946 y 1947 en el país habían sido desastrosas; cosa de la que no era responsable el presunto pronazismo de los ucranianos, sino la sequía de 1946, la peor en medio siglo en la zona. Pero ese tipo de matices de la realidad, a Stalin, por lo normal, se la pelaban.

En 1947, Andreyev, que ya hemos dicho era el responsable de Agricultura en el conjunto de la Unión Soviética, decidió impulsar un cambio realmente importante en el perfil cerealero de Ucrania, esto es impulsar la cosecha de cereal de primavera,  intentando con ello que el suelo ucraniano diese resultados lo antes posible. Ucrania, sin embargo, es tradicionalmente productora de cereal de invierno, por lo que los comunistas locales, Kruschev a la cabeza, se opusieron a la medida.

En marzo de 1947, como consecuencia de este enfrentamiento, Kruschev fue relevado como secretario general del Partido en Ucrania, aunque retuvo el puesto, más simbólico que otra cosa, de primer ministro. Su sustituto fue su antiguo protector, Lázaro Kaganovitch, que en el aquel momento se encontraba en los mejores términos con Stalin. Sin embargo, Kruschev, probablemente el mayor conocedor de las cloacas del poder soviético después del propio Breznev, estaba herido, pero no muerto. El poder en Ucrania lo detentaba una nomenklatura dentro de la nomenklatura, en la cima de la cual se encontraba la Mafia del Dnieper. Todos los miembros de ésta sabían bien que si Kaganovitch lograba consolidar su posición de poder en el Partido Comunista Ucraniano, en unos meses serían todos reemplazados, como ya había pasado antes y volvería a pasar después, con un simple chasquido de dedos en Moscú. La única solución era gripar el nuevo entorno de poder, y se aplicaron a ello, incluso a pesar de que no pocos de aquellos dirigentes, en realidad, también deseaban la defección de Kruschev por intereses propios.

Diez meses tardó don Nikita en regresar a su puesto de poder, mientras Kaganovitch era de nuevo convocado en Moscú. Y esto se consiguió, fundamentalmente, aprovechando los enfrentamientos entre las otras fuerzas obrantes en el problema. Pero, ¿cómo había llegado a esa situación?

Zdanov y Malenkov se habían peleado ya en 1940, a causa de la que se puede considerar la Gran Pelea del Comunismo Soviético: la dicotomía entre las exigencias de la pureza ideológica y el pragmatismo. La claridad con la que lo que podríamos denominar el comunismo moderno (el eurocomunismo español e italiano, por ejemplo) se decidió, y se ha decidido, por lo segundo, puede fácilmente esconder a un observador de hoy en día el hondo calado de la polémica. En efecto, para una persona del día de hoy, probablemente no existe polémica alguna a la hora de plantarse si el comunismo debe defender la democracia parlamentaria, o formas de propiedad privada, o renunciar a apoyar a los hermanos proletarios de alguna esquina del mundo. Hoy es bastante obvio que cualquier comunista hará todas esas cosas sin despeinarse ni permitir que alguien va a insinuar que, por obrar así, ya no es comunista. Pero en la primera mitad del siglo XX, las cosas no estaban tan claras. En la primera mitad del siglo XX, en la URSS y fuera de la URSS, seguían vivas muchas personas que habían sido contemporáneas de los tiempos en los que había surgido en Rusia una revolución destinada al mundo entero, y se había consolidado el socialismo internacionalista. A pesar de que el propio y sacrosanto Vladimir Lenin, cuando le convino, se había defecado y miccionado sobre los grandes principios de la ideología que lleva su nombre (no otra cosa fue la llamada NEP o Nueva Política Económica), en el seno de la URSS seguían existiendo muchos elementos de los de Ni Un Paso Atrás, que no estaban dispuestos a sacrificar ni uno solo de los corderitos en la revolución en el ara del pragmatismo; mientras que otros dirigentes, normalmente algo más jóvenes, consideraban que la consolidación de la URSS y de su poder estaba por encima de todo; y que, si para conseguir tal cosa, había que negar los Evangelios comunistas, se negaban, y punto. Malenkov era de éstos. Zdanov, de los otros. En medio, Stalin, que nunca fue claro a este respecto, como respecto a casi cualquier otra cosa.

El punto de vista de Malenkov era peligrosísimo, y resurgiría en multitud de debates a lo largo de las siete décadas del régimen soviético. En la práctica, las teorías de Malenkov venían a decir que si hay que cubrir un puesto de ingeniero, lo que hay que buscar es un buen ingeniero, no un tipo que no distinga un coseno de un fresón, pero que, a cambio, sepa recitar de memoria párrafos enteros de las obras de Lenin.

Las necesidades, enormes, de la posguerra mundial, dieron alas a las ideas de Malenkov. A ello contribuía que su peor enemigo ideológico, Zdanov, estaba muy lejos del epicentro del poder, como jefe del partido en Leningrado. Sin embargo, como hemos dicho, en 1946 se las arregló para regresar a los círculos estrechos del Kremlin.

Kruschev estaba en medio de este choque de trenes.

En julio de 1946, el Comité Central del PCUS celebró sesión en Moscú. En sus sesiones, acusó al Partido en Ucrania de haber «minusvalorado el trabajo ideológico» en su seno; lo cual, más o menos, quería decir que no había trabajado mucho para eliminar los elementos nacionalistas ucranianos en el seno de la organización (recordemos aquí algo ya comentado, y es que el PCUc, al revés que otras organizaciones afines en otras repúblicas que eran puramente comunistas, era más el resultado de una alianza entre el comunismo, el menchevismo y los grupos socialrrevolucionarios nacionalistas ucranianos).

Kruschev reaccionó ordenando el arresto inmediato de diversos miembros de la estructura del Partido en Ucrania, bajo la sospecha de ser nacionalistas. De hecho, realizó una purga en los escalones del poder ucraniano en toda regla. A finales de agosto de aquel mes, Kruschev convocó una sesión del Comité Central del Partido en Ucrania, en la que cesó, entre otros, al jefe del partido el distrito de Zaporozhe, Fiodor Semionovitch Matyusin. Para sustituirlo, pensó inmediatamente en el general Leónidas Illych Breznev.

Así las cosas, Breznev, que todavía no tenía ni cuarenta años, se encontró comandando el Partido Comunista en uno de los distritos más importantes desde el punto de vista industrial y agrícola de toda la URSS. De hecho, en su seno estaba Zaporozstal, en aquel momento el establecimiento metalúrgico de mayor importancia de toda la Unión. Zaporozhe, o sea la vieja Aleksandrovsk, era conocido como la Pittsburgh de Ucrania.

En su nuevo puesto, Breznev tuvo una oportunidad más de demostrar que todo lo sabía hacer bien. Su principal cometido era reconstruir la planta metalúrgica y la estación eléctrica, destrozadas por la guerra; y ambas cosas las consiguió en apenas un año.

En su nuevo puesto, el fututo secretario general del PCUS estaba entre amigos. En primer lugar, recuperó, como segundo secretario de Partido, a su amigo Andrei Pavlovitch Kirilenko. Pero es que, además, como gerente del conglomerado Zaprozstroi, responsable de reconstruir la planta metalúrgica, estaba otra persona con la que trabó rápida amistad: Venyamin Emanuilovitch Dysmits; un hombre que, con el tiempo, acabaría siendo el único judío en la élite de poder breznevita.

A pesar del notable éxito de la reconstrucción de las fábricas y establecimientos industriales de la zona, para lo cual Breznev dio empleo a más de 20.000 obreros, cuando en 1946 llegaron los ataques a Kruschev, Breznev no se libró y, de hecho, Pravda comenzó, en diversos artículos, a criticarlos a él y a Kirilenko. En 1947, las acusaciones de lentitud y de ausencia de planes estajanovistas para mejorar la producción eran bastante habituales.

Breznev, que había aprendido de Kruschev que, en el sistema soviético, cuando bajaba un tsunami, lo que había que hacer era nadar a favor de corriente, aplicó el catón. No habían pasado dos semanas desde el más ácido artículo contra él, escrito por el famoso cronista Yuri Korolkov en febrero de 1947, cuando ya había producido el primer programa estajanovista en las obras de reconstrucción: Ivan Rumiantsev, un capataz instalador de tuberías que superó un día su cuota de instalación en un 200%.

A pesar de estos ataques, en noviembre de 1947 Breznev fue promovido. Fue enviado a Dnepropretovsk como jefe del partido en el distrito, y muy pronto fue elegido miembro de pleno derecho del Comité Central del Partido Comunista Ucraniano.

¿Qué había pasado? Pues que Kruschev había vuelto.

Breznev había sustituido a un amigo suyo: Pavel Andreyevitch Naidenov. Naidenov había sido presidente del comité ejecutivo de la provincia de Dnepropretovsk, esto es, algo así como el gobernador civil de la provincia. Tras la liberación del sector, había sido nombrado jefe del partido.

Pravda informó cosa de medio año después que, en una conferencia del partido, Naidenov había sido acusado de «graves errores en los métodos de liderazgo» y por no haber implantado adecuadamente las directrices de Moscú relativas al PC ucraniano; o sea, por haber purgado poco, y mal. El largo informe ideológico, claramente alineado con los postulados de Zdanov, fue leído, precisamente, por Breznev; lo cual demuestra las elevadas capacidades camaleónicas de los kruschevistas.

Con aquella operación, y la lógica sustitución que le siguió, Kruschev le metió un gol de la hostia a Zdanov en su pelea contra Malenkov. El rígido ideólogo soviético no se dio cuenta de que, peleando por echar a Malenkov del PC ucraniano, se estaba aliando con alguien mucho más peligroso. De hecho, colocó al frente del partido en Dnepropetrovsk a alguien que se conocía aquel lugar al dedillo y, de hecho, tenía las estructuras del Partido petadas de amigos de la Mafia del Dnieper. Estaba Demian Korotchenko, recientemente nombrado primer ministro del gobierno ucraniano; Leónidas Korniets, viceprimer ministro; Konstantin Grushnevoi, ministro de Transportes; Nikolai Schekolov, viceministro de Industria; y, last but not least, el general Grechko era jefe del distrito militar de Kiev. Vladimir Schervitsky dirigía un departamento de reconstrucciones de gran importancia. Nikolai Tikonov, otro graduado del politécnico metalúrgico, dirigía una importante factoría en la zona. Ignati Novikov, también compañero de estudios de Breznev, dirigía en Moscú una corporación destinada a proveer piezas a las fábricas. Georgy Tsukanov, otro compañero de clase, era ingeniero jefe en otra de las más importantes factorías de la región. Georgy Pavlov, también compañero de clase, dirigía el Partido en Dneprodzerzinsk. Y aunque Kirilenko fue trasladado a otro sector, el nuevo primer secretario del Partido en Zaporozke resultó ser Georgy Yenyutin, antiguo colaborador suyo.

La mayoría de los nombres que se han leído en el párrafo anterior corresponden a personas que eran de la misma edad, o más jóvenes, que Breznev. Casi todos pueden encontrarse en los puestos de gobierno de la URSS y del PCUS durante la etapa en que éste fue secretario general.

En el apuntalamiento de Kruschev, y de Breznev, una vez que el primero regresó al Partido, se produjo una nueva aportación de la capacidad organizadora de Leónidas: la cosecha de 1948 en Ucrania superó su cuota en un 120%.

En la nueva etapa de Breznev en Dnepropetrovsk, de hecho, la peor crisis que tuvo que enfrentar fue personal. Hubo, sí una acusación de corrupción (el dirigente local A. R. Blinov fue destituido por haberse quedado dos toneladas de acero galvanizado teóricamente usadas para el tejado del ayuntamiento), pero no le afectó. El gran problema surgió cuando su hija Galina se encoñó con un artista de circo que le doblaba la edad (parece ser que no fue éste el único trapecista que se pulió Galina durante su vida); escándalo que terminó en matrimonio.

En la primavera de 1950, una vez que la muerte de Zdanov y el regreso de Kruschev (para entonces, ya, uno de los cinco secretarios del Comité Central) habían reasentado a éste en el poder, Breznev fue llamado para un nuevo destino: jefe del Partido Comunista en Moldavia.


Un escalón más, pues.

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