lunes, octubre 20, 2014

El hombre que sabía hacer las cosas bien (20)

Antes hemos dicho que Breznev se guardó de no designar un sucesor como un medio para evitar que así surgiese una figura que le hiciese sombra, amén de la competencia. Sin embargo, sus intenciones personales tampoco cuadraban necesariamente con la realidad, puesto que los «segundos» la gente los busca. Nikolai Podgorny, tras la caída de Kruschev, se había convertido en una especie de segundo secretario del Partido o, si se prefiere, el segundo en la línea de poder en la URSS. Esto era así, se pusiera Breznev en el decúbito que le cupiese, porque una estructura burocrática tan grande como el Partido Comunista de la Unión Soviética, con tantas esquinas de poder y una interrelación tan extraña y cambiante con las estructuras de gobierno propiamente dichas, no podía ser dominada por un solo hombre. Bueno, en realidad, sí; esta fue la gran lección histórica de Iosif Stalin: con una policía secreta a tu servicio, un ejército acojonado por tus purgas, y una clase política acostumbrada a la idea de que el que se mueva acaba en Siberia, se puede llegar a dominar una estructura así. Yo, personalmente, no albergo ni la menor duda de que Breznev, si hubiese podido, habría aplicado las enseñanzas de su maestro real (Kruschev fue más su mentor, y luego su enemigo). Pero los tiempos habían cambiado.

Nikolai Podgorny, en este ámbito, jugaba sus cartas. Cuando hubo que hacerle un recibiendo en la Plaza Roja a una nueva tribulación de cosmonautas victoriosos, fue él quien presidió los actos. Después, fue él, también, quien participó en unas conversaciones de algo nivel con Chou en Lai. En los plenarios del Comité Central, comenzó a asumir la misión de rapporteur principal. Para colmo, cuando se acordó eliminar la medida kruschevita de dividir de las estructuras de partido en una para la industria y otra para la agricultura, hubo que convocar elecciones locales (ejem) para los nuevos órganos unificados, y Podgorny, asistido por su protegé Valery Titov, fue quien hizo las candidaturas (ganadoras, claro).

El error de Nicolás, sin embargo, fue equivocarse de aliado. Probablemente, siempre había pensado, y es que es cierto, que la mejor manera de ganarse el apoyo de la gente es mejorar la oferta de productos y servicios que puede poner en la mesa cada día. Consecuentemente, abrazó, cuando menos en parte, las teorías de Kosigyn, y planteó un auténtico eje entre ambos. Fue un error porque, en realidad, el poder soviético no iba, nunca fue, incluso de podría decir que ni siquiera va ahora mismo, de caerle bien a a la gente. El poder soviético era un juego de tronos.

El contraataque de Breznev empezó por Titov, que fue transferido a Kazajstán para que dejase de dar por saco. El siguiente paso fue la sólida estructura de poder que había establecido Podgorny en Ucrania. Estamos en mayo de 1965 y Podgorny, presionado por los movimientos del primer secretario, tiene que jugar la baza reformista a fondo. Así pues, coincidiendo con el artículo de Stepanov en Pravda, se marca un discurso público en Bakú en el que defiende ardientemente la idea de la reforma. Demostrando una vez más que él, como Kosigyn, había considerado que aquello era una guerra de opinión pública (en un país en el que, propiamente hablando, la opinión pública no existía), afirmó, sucintamente, que, si bien había habido un tiempo en el que el pueblo soviético había tenido que sacrificar su bienestar por el desarrollo de la industria pesada y la defensa, ese tiempo había pasado (y bien cierto es que había pasado), así pues ahora tocaba hacer esfuerzos por colmar «las necesidades culturales y domésticas de la población trabajadora» (que, no es por nada, pero son el objetivo primero del marxismo). Más allá, abogó, gran anatema, por introducir nada más y nada menos que el concepto de rentabilidad en las actividades económicas.

Breznev actuó con pleno dominio de las sutilezas florentinas del sistema soviético; entendiendo, pues, muy bien el signo de los tiempos. Quince o veinte años antes, Stalin habría creado, en connivencia con la KGB, un supuesto caso de alta traición, que Podgorny habría terminado por confesar tras dos o tres manos de hostias y de descargas, luego fusilamiento, y todo resuelto. Como esto ya no se podía hacer, y por lo tanto el enfrentamiento directo estaba descartado, tocaba buscar un buen perro que mordiese en su lugar.

Ese perro fue Suslov.

El dirigente soviético viajó a Sofía, donde se marcó un discurso que, sin decirlo, era una contestación, punto por punto, a las tesis de Podgorny. Pero, claro, también es verdad que os he engañado, lectores. Os he llevado a la impresión de que los tiempos de estalinismo habían pasado; lo cual es cierto, pero no del todo.

Al día siguiente, el discurso de Suslov se conoció en la URSS porque lo publicó el Pravda. Pero también paso otra cosa esa mañana. Nikolai Podgorny quedó confinado en su casa por motivos de salud. Estuvo casi dos meses «enfermo».

No hace falta explicar que nunca supimos, y nunca sabremos, cuál fue la dolencia de Podgorny; o, más en concreto, si alguna vez tuvo algo que estuviera por encima del resfriado. Lo que sí sabemos es que el hombre al que se permidió salir de su casa era un perdedor, y lo sabía. En diciembre de aquel año, sustituyó a Anastas Mikoyan en la Presidencia de la URSS; un cargo que, como ya hemos explicado, era un florero donde meter la basurilla. Cuatro meses después, en el XXIII congreso del PCUS, perdió su secretaría del Comité Central. A partir de ese momento, Luis Aguilé mandaba más en la URSS que él.

En el mismo acto de nombrar a Podgorny presidente, Breznev asestó otra puñalada: Alexander Shelepin era relevado de su puesto en el muy influyente Comité para el Control del Partido y del Estado.

Como ya hemos dicho, Shelepin era la joven estrella del régimen soviético. En 1954 se había puesto su primera medalla cuando había dirigido el proceso por el cual miles de agricultores «voluntarios» viajaron para roturar las tierras vírgenes. Su éxito en aquella labor le valió que Kruschev lo nombrase en 1958 jefe del KGB. En 1961, todavía en el periodo de poder del ucraniano, se le otorgó una secretaría del partido y, al año siguiente, un puesto de viceprimer ministro. También sabemos que, tras la caída de Kruschev, había sido promovido al Presidium.

Con todo, el Comité para el Control del Partido y el Estado era su principal fuente de poder. Este órgano había sido creado en 1962, y tenía, cuando menos en teoría, incluso el poder de cesar cargos, tanto en el Partido como en el Estado.

Este tipo de capacidad de control convertía a quien mecía la cuna en una especie de policía de todo lo que pasaba en la URSS; y Breznev, pese a haberle promovido para garantizarse la amistad de sus conocidos en la policía secreta, comenzó a recelar del excesivo poder que tenía en sus manos. A Shelepin, obviamente, no le favorecía nada que la prensa occidental le considerase una persona muy adecuada para sustituir algún día a Breznev.

En diciembre de 1965, Breznev comenzó la lucha contra Shelepin, al abolir el Comité para el Control del Partido y el Estado. Temeroso sin embargo de que la cobra pudiera encabronarse y decidirse a morder, Breznev tascó ahí el freno, dando la sensación de mantener la confianza en el joven burócrata. Alexander Shelepin fue convertido, de la noche a la mañana, en un experto en Asuntos Exteriores, y enviado en misiones diplomáticas. Estuvo, así, en Hanoi con Ho Chi Mihn, y en Egipto con Gamal Abdel Nasser.

El 29 de marzo de 1966 se abrió el XXIII congreso del PCUS, que habría de ser el obvio teatro escogido por Breznev para dar el golpe de poder que necesitaba. En realidad, aquella reunión se convocó por la sola y simple razón de que los estatutos lo exigían. Hacía ya mucho tiempo (hay expertos que sostienen que había sido así siempre desde el I Congreso de Minsk, en 1898) que los congresos del PCUS no trataban nada importante.

Leónidas Breznev se descolgó con un informe al congreso de ocho horas (quedando, con ello, por debajo de las marcas de Kruschev) en el que, aunque parezca increíble, no dijo nada ni medio interesante. Sé que es difícil estar horas hablando sin decir nada en realidad, pero eso es algo que pasaba en la URSS con cierta frecuencia. El único pequeño signo de lo que normalmente conocemos como un discurso programático fue el anuncio de un paquete social que incluía una subida del salario mínimo, de las pensiones, una baja de impuestos y la posible introducción de la semana laboral de cinco días.

El Congreso eligió un Comité Central enorme (195 miembros) realmente manejado por cerca de 25 amigos de Breznev. Los nombramientos no ofrecieron grandes novedades, con la única excepción de que Andrei Kirilenko fue promovido a secretario del Comité y miembro de pleno derecho del Presidium.


El único cambio real fue el nombramiento de Breznev como secretario general. Con seguridad, el líder soviético diseñó este nombramiento para ser definitivo en la expresión de sus ambiciones; un gambito final. En el especial lenguaje de la política y la sociedad soviéticas, pretender que alguien fuese secretario general del PCUS venía a suponer elevar reminiscencias sobre los tiempos de Stalin. Con ese movimiento, Breznev estaba poniendo en peligro las costuras del régimen. Que aguantaron, pero no sin problemas.

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