lunes, junio 26, 2017

1453 (1)

1453 es una de esas fechas mágicas de la Historia. Esto es así porque alguien decidió que había que tomarla como punto de partida del Renacimiento; lo que ha hecho a muchas personas creer desde entonces que la Edad Media terminó por decreto en Constantinopla el día que los turcos la tomaron. La verdad es que esa afirmación es muy aventurada y discutible pero, qué le vamos a hacer, algo hay que decirle al educando que todo lo que quiere es que le den una pregunta que tenga que contestar acertadamente para pasar un examen.

Más allá de la polémica ligada a la filosofía de la Historia, lo cierto es que 1453 es una fecha muy interesante, y el centro de la misma, es decir la islamización de Constantinopla, más todavía. Por eso es que yo os quiero contar algunas cosas sobre la movida.

El centro del tema son los turcos. Los turcos han sido muchas cosas en la Historia del mundo pero, probablemente por razones que tienen que ver con el fanatismo religioso, son, de todos los pueblos que han dominado el mundo, aquél del que en Europa nos gusta menos hablar. En la civilización occidental nos gusta mucho hablar de los romanos, de Alejandro, hasta de los persas; pero pasamos de los turcos completamente, como si quisiéramos convencer al personal de que eso del imperio otomano es una exageración; que nunca fueron nada más que una especie de clase media imperial. Sin embargo, en buena parte no es así. Con el tiempo espero ir convenciéndoos de ello.

En su origen, los turcos eran tan sólo una amplia etnia, la denominada turco-tártara, presente en Asia Central; en el sur hasta el Indostán, al este hasta el Gobi, y al oeste más o menos hasta el Volga. Los turcos están presentes en el conocimiento escrito de los chinos desde el siglo V.

En el siglo XI, los turcos se unen en torno a la espada de un rey llamado Seldjuk o Selyuk, razón por la cual su dinastia (y su imperio) se llamará selyúcida. Fuertemente expansionistas, los turcos selyúcidas acabaron haciéndose con Khorasán, así como con Armenia, incluyendo Ani, su capital. A la muerte de Alp Arslan, nieto de Selyuk, el imperio selyúcida se escinde. Uno de sus reyezuelos, Suleimán, que reinaba en Iconium, es decir la actual Konya, se las arregló para conquistar prácticamente toda Asia Menor y transferir su capital a Iznik, ciudad que nosotros conocemos mejor como Nicea. Suleiman creó su nación sobre el ejemplo del Imperio Romano, al que quería imitar; tanto es así que su imperio se conoce como Imperio Roum; ya que este vocablo, Roum, era el que usaban los turcos para referirse a los griegos del imperio de Oriente.

Otro selyúcida, Togrul-Beg, fue llamado a su servicio por el califa de Bagdad, y de hecho se convirtió en el poder efectivo del califato.

El sultanato de Roum pervivió hasta el siglo XIV. Su último rey, Aladín III, fue asesinado por los mongoles en 1307, mientras que su hijo lo fue pocos días después. Tras esos asesinatos, el sultanato se dividió en diez principados. Durante mucho tiempo, estos principados han servido para definir las divisiones de Anatolia. Ya sé que os las sabéis, pero aun así aquí las repito: Karasi, Karamán, Teké, Saruhán, Hamid, Kermian, Kastamuni, Menteché, Aidín y Ertugrul.

El último de los principados citados, con nombre de trabajosa deglución, había sido efectivamente entregado a un reyezuelo, Ertugrul, que había entrado al servicio de los selyúcidas, concretamente del sultán Aladín I, al que según alguna leyenda había salvado la vida pero al que en cualquier caso ayudó a rechazar el empuje de griegos y tártaros. Ertugrul murió en 1288, siendo sucedido por su hijo Othman u Osmán, a quien el destino había reservado la tarea de fundar el imperio turco, que es por ello que se llama Otomano o, más correctamente, Osmano. La primera gran figura de los turcos, pues, es Ghazi Soultan Osman Khan, o sea Osmán, el sultán victorioso.

Cuando Osmán recibió el mandato de su padre muerto Ertugrul, llevaba ya bastantes años combatiendo a los vecinos griegos en nombre de Aladín I de Roum. En 1289, de hecho, recibió de Aladín las dos insignias de mando militar que han sido comunes entre los turcos durante muchos años: la bandera (sandjak) y la cola de caballo (tough).

A pesar de tener unos principios tan bélicos, cuando se puso al frente de su nación Osmán se reveló como una persona paciente y capaz de la compasión, sobre todo por razones diplomáticas. Miguel, gobernador griego de Kirmenkia, había caído en poder de Osmán, pero éste lo trató con tanta deferencia que ambos gobernantes se hicieron amigos permanentes. De hecho, Miguel acabó convirtiéndose al Islam, y sus descendientes, los Mihal-Oglú, hijos de Miguel, tendrían importantes puestos en el ejército turco. Como ya iremos viendo, uno de los grandes secretos del ejército turco será, sobre todo en los primeros siglos de su imperio, la capacidad de absorción de militares teóricamente enemigos, o sea cristianos islamizados. Esto nos dice muchas cosas sobre el potente atractivo que ejercía el Islam durante sus primeros siglos de existencia.

La muerte de Aladín III y el desmembramiento del Imperio Roum, lejos de ser un problema para Osmán, fueron su mejor oportunidad. Junto con su primogénito Orkán, Osmán comenzó una serie de conquistas importante, que culminó tal vez con la toma de la fortaleza de Edrenos, a los pies del monte Olimpo, que cayó gracias a los oficios de su ex-gobernador, Miguel, ya convertido al Islam. Poco después de aquella victoria, en 1326, moría Osmán, dejando su imperio a Orkán.

Orkán trasladó la capital de su imperio a Bursa, por lo que esta ciudad hoy de unos tres millones de habitantes fue la primera capital del imperio otomano. Orkán se había casado con una griega de gran belleza que había tomado durante una de sus expediciones, conocida como Nilufer, quien le dio un hijo llamado Murad (de hecho, en la provincia de Bursa actual hay todavía un distrito que se llama Nilufer). Murad, sin embargo, no era sino el segundo hijo de Orkán, pues el sultán ya tenía un hijo mayor llamado Suleimán.

Orkán no hizo mucho por extender su imperio ya que buena parte de su reinado se consumió en alquilar su alfange en Europa a diversos intereses griegos. En efecto, por aquel entonces las cosas en Constantinopla estaban moviditas. En primer lugar, fueron los conflictos entre Andrónico II el Viejo y Andrónico III el Joven, abuelo y nieto; y, posteriormente, las intrigas del Gran Doméstico Cantacuzeno, que se las arregló para hacerse asociar a la corona imperial y se convirtió en el poder de facto cuando dicho imperio fue formalmente mandado por Juan V, hijo de Andrónico III y menor de edad. En sus peleas intestinas, los griegos no dudaron en alquilar los servicios de los turcos. Cantacuzeno fue quien lo hizo con Orkán, al que de hecho casó con una hija suya. Todas estas peleas e incursiones de los turcos en Tracia dejaron a esta región tan pobre y despoblada que cuando en aquellos años los tártaros intentaron invadir Europa hasta el Danubio, acabaron dándose la vuelta porque no tenían literalmente de dónde sacar para alimentarse.

En 1329, viviendo todavía Andrónico III, Orkán se enfrentó a él en la batalla de Maltepé (o de Pelekanon para los griegos), donde el emperador fue herido. Después, el turco retomó Nicea o Izmid, como la llamaban los turcos, cuyo control había perdido. El hijo mayor del sultán, Suleimán, había sido nombrado gobernador de la provincia de Bursa. Suleimán concibió el plan de desembarcar en la costa opuesta en nombre de su padre y el sultanato. Envió a algunos exploradores en barcas, los cuales concluyeron que era factible tomar el castillo de Tzympé, cerca de Gallipoli, cosa que consiguió hacer tras un desembarco sorpresa.

Orkán, mientras tanto, mantenía su alianza con Cantacuzeno; cuando éste protestó por la acción de Tzympé, comprometió el abandono turco del presidio recién tomado. En ese momento, sin embargo, se produjo un violento terremoto que afectó a toda la costa del mar de Mármara; un terremoto que derribó buena parte de las murallas de las ciudades, razón por la cual Orkán cambió de idea y tomó Gallipoli, Boulair, Malgara, Rodosto y llegó incluso a apenas a 140 kilómetros de Constantinopla.

Tanto que hablan los cultiparlantes de la toma de Constantinopla como hecho que marcó un antes y un después en la Historia y bla, a menudo olvidan la toma de Gallipoli en 1354 (fecha que, si os fijáis, tiene las mismas cifras que 1453), a pesar de que no son pocos los autores que consideran que ésta fue la realmente importante. Con el control efectivo de Gallipoli, los turcos pudieron aspirar por primera vez en su Historia en la europeidad de su sultanato. Controlar Gallipoli les permitió extenderse hacia el norte y hacia el oeste, lo cual condicionaría a fondo las características de su imperio.

Suleimán, sin embargo, apenas vio nada de todo aquello. Cuatro años después de la toma de Gallipoli, se cayó del caballo y la diñó. Orkán moriría apenas un año después de aquel desgraciado accidente. Por ello, el trono quedó en manos del segundo de sus hijos, Murad.

Hemos de hablar de uno más de los hijos de Orkán, Aladino, el más pequeño. Aladino nunca aceptó las responsabilidades de reinado o virreinado que le ofreció su padre; pero sí, a cambio, aceptó el estatus de visir, esto es, de consejero áulico de su padre el sultán. Juntos, Orkán y Aladino abordaron diversos aspectos de organización de su Estado, entre ellos uno que les habría de dar excelentes noticias en el futuro: el ejército. Aladino, en este sentido, se adelantó en mucho a los europeos en la creación de un ejército permanente. Sus tropas, básicamente formadas hasta entonces por caballeros turcomanos a caballo, se vieron completadas por una infantería a pie. De Aladino fue también la idea de que los niños cristianos sobre los que adquiriesen control los turcos en sus conquistas no fuesen vendidos como esclavos, sino criados en familias musulmanas. Estos niños un día cristianos, convertidos desde muy pronto al Islam, se convirtieron en un cuerpo militar de gran acometividad, los jenízaros (palabra que proviene de yeni tcheri, tropa nueva). El servicio militar obligatorio de estos combatientes siguió en vigor hasta el siglo XVIII y, de hecho, se convirtieron en una tropa tan importante y poderosa que terminaron por ser bastante peligrosos para cualquier sultán que les diese la espalda o los putease.

Murad reinó 30 años; toda una marca para la época. Fue sultán de 1359 a 1389, y durante ese tiempo tuvo como misión fundamental (y cumplida) la invasión de la península balcánica. La verdad es que muy difícil no lo tuvo, pues para entonces el imperio bizantino era una jaula de grillos cabrones; por no mencionar a los reyezuelos griegos, búlgaros o serbios, que lo mismo un día estaban de un lado que del otro.

Inicialmente, en el campo cristiano destacó claramente un campeón, el rey serbio Duchán, quien llegó hasta los mismos muros de Constantinopla y tuvo un importante éxito a la hora de disminuir el poder de sus enemigos griegos y búlgaros. Duchán, sin embargo, murió en 1355. Diez años después moriría Juan Alejandro, quien a pesar de tener nombre de compositor de baladas en realidad era rey de los búlgaros, y que había llevado bastante bien la presencia de los turcos en Europa a base de cerrar alianzas con ellos. Los hijos de Juan se repartieron su imperio danubiano y comenzaron las disensiones entre casas nobles. Los turcos aprovecharon muy bien estas disensiones y, a lo tonto a lo tonto, se hicieron con toda la Tracia, inclusión hecha de su joya: Adrianópolis (donde entraron en 1361, y cuatro años después convirtieron en la segunda capital de su Imperio, una especie de Barcelona otomana). Cuando cayó la gran capital tracia, además de otras ciudades importantes como Stara-Zagora o Filipópolis, los reyes cristianos se acojonaron y comenzaron a hablar de alianza religiosa.

De esta manera, el rey de Hungría, Luis de Anjou, formó una coalición amplia de reyes cristianos de la zona de la que formaba parte Tverko, el rey de Bosnia; el rey de los serbios, Uroch; y dos príncipes serbios llamados Vukachin y Ugliech. También se unieron tropas valaquias, aunque la cosa no está clara si el noble que las dirigía el prínciple Alejandro Basarab u otro que debía de ser bastante descreído en materias religiosas, porque se llamaba Laïko.

La imponente armada cristiana avanzó hasta Tchirmen, un lugar cercano a Adrianópolis, donde se encontró con un ejército turco al mando del general Lala-Chahin y que, al parecer, era menos numeroso. Chahin, recelando de los importantes medios de que hacían gala los cristianos, envió a espiar por ahí a uno de sus principales lugartenientes, Hadji Ilbeki. Ilbeki, quien al parecer era un consumado maestro de eso que hoy conocemos como guerra de guerrillas, atacó el campamento cristiano en plena noche y puso a las tropas de la cruz en desbandada. Es lo que conocemos como batalla de Maritsa (1363); una gran desgracia para el bando cristiano, puesto que los serbios Vukachin y Ubliech murieron ahogados, y Luis de Anjou, de hecho, escapó por un cortacabeza.


Ahora los turcos tenían el camino expedito.

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