miércoles, septiembre 06, 2017

1453 (4)

Como ha habido una pausa vacacional, tal vez necesites que te diga que este post sigue a otros tres que encontrarás aquí, aquí y aquí.


Bueno, pues ya tenemos a Murad II colocado a la cabeza del Imperio turco. La mayoría de los historiadores está bastante de acuerdo en que el reinado muradí colocó en el trono a un tipo con cierta tendencia a la abulia y dispuesto a los arreglos pacíficos con todo vecino. Sin embargo, pronto el emperador Manuel se lo habría de poner jodido. El basileus bizantino, haciendo una interpretación bastante libre de los términos del testamento de Mehmed, reclamó la tutela permanente de los nietos de éste, a lo que Murad se negó con cajas destempladas. El emperador respondió tratando de emponzoñar el Imperio mediante la liberación del disidente Mustafá y del ex visir Djuneïd, además de venderles armas y esas cositas. Murad buscó la alianza con los genoveses, que ocupaban la llamada Nueva Focea, frente a Mitilene, y quienes lo ayudaron para capturar a Mustafá y colgarlo de un poste.

Cuando ocurrió esto, Manuel intentó inmediatamente acercarse a Murad; el turco, sin embargo, podía ser pacífico, pero no era gilipollas; así pues, lo mandó a la mierda y puso cerco a Constantinopla. Los turcos empezaron por, que se dice ahora, perimetrar la ciudad, luego arrasaron todo lo que estaba dentro del perímetro y fuera de las murallas y, finalmente, atacaron la ciudad el 24 de agosto de 1422. Los bizantinos se batieron con tanta fuerza que el final de la Edad Media tuvo que esperar, dado que al caer el sol los turcos se retiraron. La imaginería cristiana, siempre muy dada a estas cosas, nos dice que esta retirada se produjo por una aparición divina entre los turcos que los puso en huida. La realidad parece ser algo más prosaica: los bizantinos habían untado a un hermano de Murad, Mustafá, radicado en Karamania, para que se rebelase contra su hermano; cosa que hizo mediante la ocupación de Nicea. Murad marchó contra él y al final lo hizo prisionero, pero obviamente tuvo que dejar el tema de Constantinopla para otro momento.

Una vez que se libró de su hermano Mustafá, Murad decidió iniciar una política de pactos con todos sus vecinos, con la única excepción de los venecianos, presentes en Salónica. En este caso, se decidieron por la acción militar; por tercera vez, trataron de hacerse con la población, cosa que consiguieron, tras lo cual Salónica permaneció en el Imperio durante un largo rato histórico.

Sin embargo, cada vez que una puerta se cerraba, se abría una ventana. Casi inmediatamente después de la toma de Salónica, Murad hubo de entrar en guerra con los magiares y polacos. Los húngaros pasaron el Danubio y avanzaron muy rápidamente hasta la Carniola y después entraron en Transilvania encabezados por un noble de origen rumano, Juan de Huniad. El 18 de marzo de 1442, Huniad derrotó a los turcos en Szent-Imré. Además de esta derrota, en sí bastante humillante para los caldeos (tomemos por un momento la costumbre de los viejos astures, leoneses, gallegos, vascones y castellanos, que así apelaban a los seguidores de Alá), debe unirse que en 1439, en el concilio de Florencia, el Papa Eugenio IV, que buscaba la fusión entre las iglesias occidental y oriental, había llamado a una nueva yihad, nosotros lo llamamos cruzada, cuyo objetivo era liberar Constantinopla de la presión de los musulmanes y, en general, mandar a los turcos a Asia.

Se formó un ejército más que respetable, formado de húngaros, polacos, alemanes y valaquios, todos al mando de Vladislav, rey entonces de Hungría y de Polonia. El príncipe de Serbia, Jorge Brankovitch, sucesor de Esteban Lazarevitch, se unió al proyecto cristiano, lo cual fue toda una noticia porque los serbios se venían caracterizando por sus preferencias a la hora de tomar partido por los turcos.

Tras cruzar el Danubio, cristianos e islamitas se encontraron en Nich en noviembre de 1443. Ganaron los de la cruz quienes, la verdad, y nunca mejor dicho, forraron a los turcos a hostias y acto seguido avanzaron hacia Sofía, ciudad de la que se apoderaron. Querían pasar a los Balcanes, pero era ya diciembre y hubieran necesitado ser Aníbal para conseguirlo.

Una situación difícil para Murad, dado que lo de Karamania no se había arreglado ni de coña y, por lo tanto, seguía teniendo unos problemas del huevo en Asia. Por la dicha razón, el emperador turco decidió hacer la paz en Europa. De esta manera, Murad y Vladislav acabaron firmando un tratado que garantizaba una paz de diez años. Tras conseguir esto, probablemente harto del mando que nunca se había adaptado a su natural abúlico, Murad dijo que se abría, que se retiraba (se fue a Magnesia) y dejó el trono a su hijo Mehmed, que entonces tenía 14 añitos.

Pero aquello no duró mucho. Juliano Cesarini, cardenal de la Iglesia católica y uno de los grandes muñidores de la cruzada, apoyado por el emperador bizantino Juan Paleólogo, estaba decidido a romper aquella paz. Consideraban ambos, además, que ello no comportaba problema moral alguno, pues, por definición, la palabra dada a un infiel no tiene valor alguno, así pues, mentirle a un moro mierda estaba incluso bien visto a los ojos de Dios. Con esta peripatética teoría, que a la larga labraría la desgracia de Constantinopla (desde el punto de vista cristiano, obviously), se fueron a comerle la oreja al rey de Hungría y Polonia. Lo convencieron que, por encima de la paz firmada y la palabra dada, estaban los compromisos adquiridos con otras naciones cristianas.

Inglaterra, Francia, Borgoña, Milán, Florencia, Venecia, Génova y el Papa habían prometido ayudar si se atacaba a los turcos. Muy especialmente, genoveses y venecianos debían responsabilizarse de tomar el Bósforo, de modo y forma que se impidiese el regreso a Europa de las tropas turcas que luchaban en Karamania, muy numerosas.

El 20 de septiembre de 1444, una armada cristiana pasa el Danubio a la altura de Orsova, al mando de Vladislav. Aquel ejército, sin embargo, era menos numeroso de lo que sus promotores habían imaginado. Se formaba, sobre todo, por húngaros al mando de Juan de Huniad, transilvanos comandandados por Stefan Batori, de polacos, y luego un variado gazpacho de combatientes cruzados reclutados por Cesarini en diversos países. Sin embargo, Jorge Brankovitch, esta vez, se había quedado en casa; como se quedó el príncipe albanés Jorge Kastriota, más conocido como Skanderbeg. Eso sí, las tropas cristianas contaban con 4.000 caballeros valaquios al mando de su príncipe, conocido por todos como Vlad Dracul, Vlad El Diablo.

Esta tropa abigarrada, formada por unos 20.000 efectivos todo lo más, cruzó Bulgaria casi sin oposición, salvo en algunas plazas fuertes de los turcos. Los soldados cristianos, como en otros momentos de la Historia, se dedicaron al pillaje, el robo y la violación sistemáticos, sin entender entre lugares musulmanes o cristianos. Los cruzados de Cesarini, muy en particular, que en realidad eran una mara de delincuentes con la cruz pintada en el pecho, incluso quemaron iglesias, pretextando que eran cismáticas. Así las cosas, los búlgaros comenzaron a desarrollar no muy buenas ideas acerca de aquella gente.

El 9 de noviembre Vladislav llega a Varna y levanta campamento ahí, aprovechando que una de sus alas, la izquierda, quedaba así cubierta por el lago Devno. En Silistria Vlad Dracul consiguió conectar con el resto de aliados cristianos. Yo ya sé que el nombre de Dracul ha quedado ligado al concepto de crueldad, el amor a la sangre y todas esas movidas; pero, cuando menos en mi opinión, si algo era Vlad, era un militar de los pies a la cabeza que sabía perfectamente lo que hacía falta para perder o ganar. Y, por eso mismo, cuando conectó con los generales cristianos, les recomendó de corazón que se diesen la vuelta. Los turcos, les dijo, son muchos más. Contáis con aliados de aquí o de allá que os van a ayudar haciendo esto o aquello, pero nada de eso pasará. Lo que pasará es que sois, somos, cuatro mataos, y nos van a dar hasta en el cielo de la boca. El consejo de Dracul fue volver a casa y volver en la siguiente primavera, con más gente.

Juan de Huniad, sin embargo, quería avanzar. Y eso fue lo que se decidió.

Dracul, sin embargo, no andaba falto de razón. En Varna debían estar las naves venecianas y genovesas que iban a llevar a la coalición cristiana a Constantinopla. Pero no estaban. No sólo no estaban, sino que ni siquiera habían sido incapaces de detener el paso de los turcos. Murad, en efecto, había aceptado la propuesta de sus visires de retomar el poder, había cruzado el Estrecho y se presentó apenas unas horas después que Vladislav en Vara con fuerzas que, como poco, doblaban a las cristianas.

Pese a ello, la cosa al principio fue bien para éstos. El empuje de Juan de Huniad logró penetrar en las líneas turcas e incluso situar a las tropas cristianas muy cerca del propio sultán, que corría riesgo de ser capturado. La avaricia de Vladislav, sin embargo, cambió las cosas. El rey de Polonia se lanzó contra las líneas enemigas, buscando capturar al mismísimo Murad. Los jenízaros le plantaron batalla, y dos de ellos llegaron hasta su caballo. Hicieron caer a su montura, apresaron al rey, lo decapitaron y colocaron su cabeza sobre una pica (que fue paseada junto a otra donde se había clavado el tratado de paz que Vladislav había jurado poniendo la mano sobre la Biblia). Al ver las tropas cristianas a su rey en tal estado, la victoria se trocó en derrota.

Fue aquella una batalla brutal en la que ambas partes perdieron hombres a cascoporro. La cabeza de Vladislav fue paseada en trofeo por Bursa, mientras que su cuerpo fue enterrado en una pequeña capilla cerca de Varna. En 1856, unos soldados polacos que luchaban en la guerra de Crimea del lado turco contra Rusia, acabaron emplazados en Varna, donde construyeron un pequeño monumento en memoria de su pasado rey. Sin embargo, dicho monumento fue destruido por los habitantes locales, a quienes alguien les contó que había enterrado un tesoro debajo.

La batalla de Varna fue el último intento de los cristianos por detener el avance de los turcos en los Balcanes y, sobre todo, de salvar a Bizancio. A partir de entonces, Constantinopla estuvo condenada. Murad regresó a su magnésico retiro, aunque hubo de romperlo de nuevo en 1445, cuando unos jenízaros se alzaron contra el sultanato en Adrianópolis. Luego atacó el Peloponeso y lo arrasó en condiciones; los gobernantes griegos de la península se convirtieron en tributarios de los turcos. El 17 de octubre de 1448, tropas húngaras, valaquias, alemanas y bohemias plantaron batalla, al mando del siempre inquieto Juan de Huniad, en la planicie de Kosovo. La batalla duró tres días y se decantó del lado de los musulmanes. En 1450, Huniad, gobernador de Hungría durante la minoridad del rey Ladislas, concluyó una tregua de de tres años.

En 1450, asimismo, Mehmed, el hijo de Murad, casó con la hija de Suleimán, emir de Zulkadr, de los Suleimán turcomanos de toda la vida. El 2 de febrero de 1451, tras sufrir un enfriamiento, murió Murad.


A la Edad Media le quedaban dos telediarios.

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